El estado tiene buena prensa porque ayuda, porque brinda asistencia, distribuye la riqueza y busca la justicia social, pero esas son sólo buenas intenciones. La realidad es muy distinta, porque termina generando más pobreza de la que había, desincentiva la producción y sobre todo, perjudica a los más necesitados.
El daño de la ayuda estatal se manifiesta especialmente en épocas de crisis, períodos de recesión o cuando se producen desajustes económicos. En ese momento, el estado se lanza con sus buenas intenciones a “salvar” a los más azotados y el resultado es una depresión más aguda y más prolongada.
La plata que gasta el estado en brindar ayuda la obtiene de la tributación o del endeudamiento, factores que reducen el ahorro y la inversión de los productores genuinos en beneficio de un gasto parasitario por parte de no productores, afectando negativamente la productividad de la sociedad.
Mientras proporciona asistencia (ineficiente y cara), el estado no reduce otros gastos gubernamentales (casi siempre los incrementa) y termina disminuyendo el "poder adquisitivo privado" que es crucial para la recuperación económica.
Los gastos en “bienestar” que obtienen de los contribuyentes con más impuestos, desincentivan a las empresas para invertir su capital y generar más puestos de trabajo. Para el mercado laboral también es perjudicial, porque disuaden a la gente para procurar una reubicación, adquirir nuevas habilidades y mejorar la calidad de la mano de obra, lo que obstaculiza la recuperación económica.
El bienestar de una sociedad no lo brinda el estado, sino la inversión privada, la creación de empresas, la generación de puestos de trabajo, el ahorro de la gente y eso es imposible cuando los gobiernos extraen plata de la sociedad para entregárselo a sectores supuestamente vulnerables, que no necesitan dádivas, sino herramientas para poder recuperarse. Esos utensilios sólo los pueden ofrecer las empresas, únicas capaces de brindar puestos sostenibles y productivos. Mientras tanto, la ayuda estatal siempre genera dependencia, fomenta la burocracia y la corrupción y desincentiva la competitividad de los recursos humanos.
Cuando el estado no ayuda, se fomenta una alianza entre empresarios y trabajadores, se asume una mayor responsabilidad frente a los tiempos de crisis, ya sea fomentando el ahorro, siendo más sensibles ante las necesidades del mercado o invirtiendo en habilidades personales para el futuro. De hecho, las sociedades más prósperas suelen invertir más en educación en tiempos difíciles y los más conscientes cuidan el dinero, lo guardan, limitan sus gastos, actitudes que no están en el libreto del estado, mucho menos cuando se trata de un régimen socialista o un estado de bienestar, que son prácticamente lo mismo.
Los demagogos suelen justificar sus acciones con el argumento de que, en crisis, los ricos deben ayudar a los pobres. Por eso les saca dinero, les aumenta los impuestos y supuestamente reparte la riqueza entre los más necesitados. Las consecuencias son nefastas, como lo atestiguan Cuba o Venezuela, donde extinguieron a los ricos, todo quedó en manos del estado y los pobres siguen multiplicándose como hongos.