El
Milei boliviano debería salir de las filas gremiales. Ellos son mayoría en
Bolivia, son capitalistas en potencia aunque no lo saben y, paradójicamente,
son aliados del estado, cuando en realidad son sus víctimas. Le han vuelto a
doblar el brazo al gobierno, que decidió abrogar el decreto que, a nombre de un
cambio en la oficina de derechos reales, pretendía atentar contra la propiedad
privada. Los comerciantes de los mercados volvieron a amenazar a Luis Arce que
ya lleva tres intentos fallidos de apropiarse de lo ajeno, usando una ley
aparentemente inofensiva. Si mantuvieran esa misma coherencia en su
comportamiento cotidiano, los gremiales podrían protagonizar la mayor
revolución en Bolivia. Sólo tienen que exigir que el estado boliviano elimine
todas las leyes creadas para hacerle la vida imposible a las empresas formales.
Lamentablemente este sector considera una ventaja el mantenerse en la
informalidad, cuando es el principal obstáculo que les impide ser verdaderos
capitalistas y jugar en las ligas mayores. Los gobiernos los usan haciéndoles
creer que son privilegiados al no pagar impuestos, cuando esa es la excusa para
mantenerlos en la esclavitud de una ilegalidad forzada.