Miradas

La deslealtad y la inmoralidad de la nueva casta política

La deslealtad y la inmoralidad de la nueva casta política
Alberto De Oliva Maya
| 2024-05-15 00:04:00

Qué maravillosa época para ser testigos del desplome ético de nuestro país hacia un abismo de pobreza moral, sin dejar de lado la crítica situación de crisis financiera, social y política. Es un placer inigualable observar cómo nuestros políticos jóvenes, cual artistas en un escenario trágico, juegan a la traición como si fuera un deporte de alto rendimiento. Sin duda, el valor de su palabra es tan volátil como el mercado de acciones, y su compromiso con el pueblo, tan firme como un castillo de arena, que decepciona la dignidad de todos ellos.

Es especialmente reconfortante ver a los jóvenes líderes, esos paladines del cambio, que, en un giro teatral, encuentran en la deslealtad una prometedora carrera política. Con sus discursos vibrantes de vacuidades, prometen borrar los colores políticos por el "bien común de toda una región", cuando los mismos habrían jurado lealtad a una consigna política cuando decidieron participar en una alianza contra el socialismo que representa el partido con quienes ahora gobiernan, justo después de haber jurado en contra de todo lo que ahora abrazan. Qué habilidad la suya para navegar las turbulentas aguas de la política, cambiando de camiseta con la misma facilidad con que cambian de opiniones, sin importarles que ellos son los que promueven el DS que atenta contra nuestros bienes privados. ¿Qué silencio maldito, no ve? ¿Qué pasó, creen que sus nuevos aliados les van a proteger sus bienes? No marcharon, no hablaron, simplemente se escondieron, pensando que el pueblo no se iba a dar cuenta. ¡¡Gran error traidores!!

A nivel nacional, la historia se repite como una farsa. Elegidos como defensores de la democracia, nuestros asambleístas se convierten rápidamente en subastadores de sus principios, vendiéndose al mejor postor por un plato de comida condimentado por promesas baratas de espacios de poder y favores judiciales, promesas que saben a cenizas. Observamos, asombrados, cómo se alían con aquellos a quienes antes acusaban de dictadores, olvidándose de sus paisanos que fueron perseguidos, presos, exiliados, secuestrados y declarados terroristas, todo por un bocado de poder y un asiento más confortable en la mesa de la injusticia. Demostrando una falta de respeto a la dignidad de un pueblo.

Y qué decir de esos momentos estelares y vergonzantes donde las primeras autoridades de la gobernación le declaran su amor incondicional al oponente, a ese enemigo nefasto que los cruceños tenemos, reescribiendo las reglas para que la minoría controle lo que la mayoría había ganado legítimamente.

Verdaderamente, estos actos de traición no son solo una traición a sus votantes, sino a todo un espectro de principios que alguna vez pretendieron defender.

Se rindieron los que dicen no tener color político, solo que esa rendición no representa los intereses de una región, de un pueblo guerrero. Sin duda, esta rendición sin colores es una obra maestra de la ironía política. Se venden no solo por una vida más cómoda, sino por un lugar en el sepulcro de los traidores históricos. No hay mejor espectáculo que este, donde los traidores juegan a ser leales hasta que la música se detiene.

¡Así es señores! Un espectáculo digno de ovación, ver a nuestros líderes rendirse, vendiendo no solo su integridad, sino también el futuro de una región guerrera, por unos cuantos días de gloria personal y favores oscuros. ¡Qué maestros de la traición! Seguramente, en su lógica, traicionar es solo otro paso en la danza de la vida política que piensan tener en el futuro.

Recordemos, con una sonrisa irónica, que el que traiciona por poder, está destinado a ser devorado por su propia traición. ¡Bravo, señores, bravo! La obra ha sido un éxito rotundo, una obra tan parecida a la de un pasado reciente, donde un peculiar líder regional gobernó durante 14 años protegido y amparado por quienes asesinaron y persiguieron a cruceños de pura cepa.

La historia se repite, solo es cuestión de cambiar de nombre, pero siempre encontraremos un apellido parecido.