El líder fascista italiano, Benito Mussolini es el autor de la frase: “nada fuera del estado, nada por encima del estado, nada contra del estado” y pese a que murió colgado de los pies por la ruina que causó en su país, Luis Arce pone en alto ese paradigma cuando coloca al gobierno por encima de los empresarios, de la economía y de los ciudadanos.
“Si le va mal gobierno, le irá mal a todos”, dijo hace unos días y no hace falta que lo machaque, pues durante casi dos décadas de manejo económico, no ha hecho más que hacer patente una vieja tradición tercermundista, donde abundan los gobiernos ricos y los pueblos pobres.
Por las manos de Arce pasó la mayor bonanza que se haya visto en la historia de Bolivia, dinero que sirvió nada más que para hacer millonarios a los gobernantes, los únicos que han disfrutado de los lujos del poder, de alfombras persas, palacios, viajes en aviones ejecutivos, adquisición de grandes propiedades, fiestas con señoritas, mientras los 12 millones de bolivianos siguen en las mismas y mucho peor, pues hoy ni siquiera pueden conseguir dólares para mover sus actividades y tampoco diésel para hacer producir el campo y transportar los bienes a los mercados. Todo por culpa de un régimen que colocó al estado como un fin en sí mismo.
Cómo van a alcanzar los dólares para comprar remedios o para importar insumos indispensables en la industria o la agropecuaria, si el estado engulle todas las divisas, para mantener su modelo de subvenciones, para que sigan funcionando las empresas públicas que sólo arrojan pérdidas, para pagarle la deuda a los chinos y continuar costeando obras que no sirven para absolutamente nada.
No se descarta que en esta crisis de los dólares, también exista, como sucedía en Argentina y Venezuela, toda una casta de beneficiados del gobierno que hacen negocios recibiendo divisas a la cotización oficial y los desvían al mercado negro, donde la diferencia ha llegado ya al 25 por ciento.
En las naciones mencionadas que le han servido a Arce como ejemplo, la indolencia de los gobiernos era tal, que mientras la gente escarbaba en los basureros en busca de comida, los jerarcas kirchneristas y chavistas hacían pingües negocios con el tipo de cambio y con la venta de alimentos que debían repartir entre los hambrientos. En Cuba, pese a la miseria reinante, los capos de la revolución todavía comen caviar y beben champán francés.
América Latina ha tenido periodos de gran abundancia, pero la población nunca ha sido la principal beneficiaria, por culpa del estatismo y el alto grado de concentración del poder, que promueven la corrupción y el abuso.
En Bolivia no estamos lejos de vivir otro desastre como el que tuvo que atravesar la población durante el gobierno izquiedista de la UDP, en que se produjo el mismo fenómeno, pues mientras el ciudadano común tenía que hacer fila durante horas para conseguir un pan, el salario de los trabajadores se desvanecía con la hiperinflación y los negocios se caían como castillos de naipes, los allegados al poder se volvían millonarios con el famoso dólar oficial, que a dos cuadras del banco se vendía a una cotización abismalmente mayor.