El socialismo no fracasó ni destruyó países enteros por culpa de la corrupción, tampoco por la ineficiencia, ni por sus ideas equivocadas o por la falta de buenas intenciones. La gran calamidad del comunismo es culpa de la arrogancia de sus líderes, que no sólo se creen capaces de transformar la historia, sino de vencer las leyes de la naturaleza, cambiar la esencia humana y hacer girar el mundo al revés.
Fidel Castro quería lograr vacas que produzcan 100 litros de leche por día. Invirtió millonadas en lograrlo y cuando fracasó le echó la culpa al imperialismo, al embargo, a las fuerzas oscuras del capitalismo, etc, etc.
El líder cubano era tan arrogante que no había cómo convencerlo de que no era posible producir café cerca de la playa, tal como lo hizo dentro de un proyecto multimillonario destinado a formar un cordón de abastecimiento de productos básicos alrededor de La Habana. Él decidía dónde instalar una represa, por más que sus ingenieros le digan lo contrario y castigaba duro a los que insistían en contradecirlo.
Así eran todos. Stalin mandaba asesinar a los científicos que no le daban la razón, Mao se inventó que la culpa de las malas cosechas eran los gorriones, los mandó matar y provocó una hambruna que mató a decenas de millones de chinos.
La mejor prueba de que Luis Arce es un socialista de pura cepa es precisamente su arrogancia. Lo conocimos cuando despreció la producción de soya de Santa Cruz diciendo que era comida para chanchos y ahora les dice a los alteños que producir pollo o aceite es “pan comido”, pues seguramente imagina que el aceite comestible se puede obtener a partir de las piedras o alimentar a las aves de corral con paja brava.
Con esa misma altanería invirtieron millones en buscar petróleo en La Paz, construyeron un ingenio azucarero en medio de la nada y llevaron la planta de úrea al Chapare, sólo para que los cambas no se beneficien de esa millonaria inversión (que sirve para maldita la cosa, dicho sea de paso).
Precisamente eso es lo que diferencia a los antiguos socialistas de Cuba, de la Unión Soviética o de China. Ellos eran arrogantes, pero tenían buenas intenciones, mientras que Arce es un odiador de siete leguas, especialmente contra los que hoy podrían lanzarle una tabla de salvación: los “malditos” soyeros, polleros y aceiteros, entre otros. Estaría dispuesto a hacer florecer el maíz en el altiplano, con tal de no darle una sola ventaja a los cruceños y mucho menos reconocer su aporte a la economía nacional. No hay que descartar que lo intente.
Por eso es que se equivocan los que le sugieren a Arce abandonar el modelo económico del que tanto se enorgullece. En el MAS no habrá Perestroika, tampoco aparecerá un líder al que no le importe el color de los gastos y mucho menos aplicará los ajustes que está haciendo hoy el gobierno cubano para evitar la muerte por inanición. Estamos en manos de un gobierno fantasioso, capaz de llevar al país al apocalipsis con tal de mantener su narrativa.