Miradas

Crónica de una penuria anunciada

Crónica de una penuria anunciada
Mario Malpartida | Periodista
| 2024-06-13 07:08:54

Lo que se va a decir se hace con entereza de ánimo. Es un reclamo, sí. Son indicios de penuria, la narrativa se justifica, la crónica encuentra su sustento. "Crónica de una muerte anunciada", una novela de Gabriel García Márquez, es junto a "Cien años de soledad" una de las más leídas: la muerte de Santiago Nasar a manos de los gemelos Pedro y Pablo Vicario por haber perjudicado a su hermana Ángela. Del mismo modo, en la vida hay muchos sucesos que a veces son anunciados sin conocimiento de sus víctimas; suceden a cualquier hora, cualquier día. De esos y de otros eventos que marcan el devenir de los pueblos, las naciones y sus destinos, las crónicas están presentes a cada instante.

La crónica que ahora nos interesa comenzó antes de las penurias que agobian el presente; eran tiempos de bonanza, cuando los ingresos crecían hasta niveles inéditos (hoy se dice que el gobierno presumido no aprovechó la abundancia), el gas y las materias primas subieron sus precios; las páginas de la crónica color de rosa mostraban perspectivas de esperanza. Pero luego comenzaron a disminuir, como un inmenso bloque de hielo que empezó a derretirse con el calor del derroche y la lujuria del gasto, fue desapareciendo hasta llegar a poco, cada vez menos, cerca ya de ser nada. Los signos de la economía anuncian que la penuria avanza; la población siente y presiente que las vacas gordas se terminaron, es tiempo de las vacas flacas: crisis, pobreza, escasez...

Cualesquiera fueran las razones más ciertas que acarrearon la desventura: sea desidia, mala querencia o incapacidad, estamos gritando que no hagan olas para que no suba la inmundicia, el ambiente está oliendo mal. Los vaticinios son reiterados, ya no son propósitos malvados, están lejos los intentos de tumbar al gobierno, inviable por otro lado por su fuerza y su poder; son más bien sus malas andanzas las que ocasionan el declive de su imagen, y no desperdicia ocasión para achacar.

No hay dólares para comprar; si no hay para medicamentos, menos para importar motorizados, se supone que así debiera ser. Una obra pública en licitación lleva lastimosamente a una crónica de corrupción anunciada. Decirlo no es sedición. El ciudadano, rico, mediano o pobre, tampoco está libre de culpa, lo sabía y lo permitió, su silencio o su abulia, porque como dice el refrán: "tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata".

También se incluyen los empresarios, cocidos a fuego lento que ahora muestran su rabia atrasada, vivieron de promesas, algunas avergonzantes, en casos concomitantes con el mismo poder, subyugados por las argucias de políticos sin vergüenza ("Hombres de mala ley, decía en voz muy baja (...) que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias.")*

Tal parece que algunos ansían el fracaso del gobierno, que desemboque en un laberinto, y afecte su interés de ser reelegido. Todos saben de la crisis menos el propio gobierno, no se da por aludido, porque al final no pasa nada. (Nunca hubo una muerte tan anunciada (...) todos sabían que Santiago Nasar sería asesinado, él mismo lo sabía pero no quiso creerlo)*.

El gobierno está asediado por las calificadoras de riesgo, apremiado por movimientos sociales que no son oficiales, pero igual son movimientos, llamando a todo esto intentos de "golpe blando" (sin descuidar que prefiere victimizarse como mejor opción, para mantener invariable lo que llama modelo de gestión). Sabe con certeza que la situación es difícil, los gambeteos terminan mal, fingen que todo está bien; la falta de dólares no es todo, los combustibles, tampoco, si sumamos medicamentos, repuestos y alimentos, juntos hacen causa. La esperanza es el motivo para reintentar el reclamo.

Mario Malpartida | Periodista