En Barcelona está ocurriendo algo muy extraño.
Grupos de vecinos salen a las calles a protestar contra el turismo. Pese a que
gran parte de los ingresos de España provienen de la “industria sin chimeneas”
y que durante la pandemia la pasaron muy mal por falta de visitantes, el
repunte no les ha caído bien. Y no es que estén en contra de esta actividad,
sino de sus excesos, de la masificación y de algunos problemas que trae para la
convivencia. Las ciudades se llenan de borrachos, suben los precios, hay complicaciones
con la seguridad y, en definitiva, se pierde la paz y la tranquilidad tan
añorada por los habitantes. Los manifestantes suelen recorrer los sitios más
concurridos por los turistas y les riegan agua con pequeñas pistolas. Pero si
realmente quieren tener éxito espantando a la gente que viene de afuera, que
vengan a Bolivia. Acá somos expertos, especialmente los gobernantes. Tenemos al
máster de los bloqueos y ahora, al doctor en autogolpes, la nueva modalidad
para destruir la economía y, por supuesto, al incipiente flujo turístico que
hay en Bolivia.