Por más que, en la onda actual, Luis Arce se autoperciba como un gran estratega de la economía que está conduciendo al país maravillosamente bien, la realidad es innegable y merece su atención antes de que termine aplastado por golpes de verdad y mucho más duros que ese sainete del 26 de junio.
Hace años que la economía boliviana se encuentra en el ojo del huracán y hay que reconocer que han sido muy hábiles en disimularlo, pero hasta la farsa tiene un límite.
Luis Arce tampoco puede eludir la responsabilidad que le toca. La situación actual es el resultado de una serie de decisiones económicas y políticas que han llevado al país a un punto crítico que está muy cercano al desastre.
En primer lugar, Arce debe reconocer que la bonanza ya se acabó y no puede seguir el mismo ritmo de gasto que él mismo estimuló cuando era ministro de economía.
El es el responsable de haber echado por la borda ese periodo de ingresos altos producto de las históricas exportaciones de gas, a precios nunca antes vistos. La falta de inversión en exploración y desarrollo de nuevas reservas ha llevado a una estrepitosa caída de la producción.
El desastre de los hidrocarburos no es solo un problema económico, sino también financiero. Con menos ingresos por exportaciones, el gobierno tiene menos recursos para subsidiar las importaciones de combustible, un gasto que representa alrededor del 10% del PIB. Este déficit amenaza con profundizar aún más la crisis fiscal del país.
El litio ha sido presentado como la salvación económica de Bolivia, dado su uso en baterías y la transición energética global. Sin embargo, el desarrollo de esta industria ha sido lento y plagado de problemas. A pesar de tener una de las mayores reservas de litio del mundo, la producción actual es ínfima. Además, la caída de los precios del litio limita las potenciales ganancias y complica la recuperación económica.
La inestabilidad política ha exacerbado los problemas económicos. La renuncia de Morales en 2019 y la posterior elección de Luis Arce han dejado al país en un estado de incertidumbre política. La división dentro del partido gobernante, el Movimiento Al Socialismo (MAS), y la falta de consenso sobre políticas económicas cruciales han paralizado las reformas necesarias.
Uno de los signos más alarmantes de la crisis es la drástica reducción de las reservas internacionales, que han caído de $15,100 millones a menos de $2,000 millones en una década. Esta disminución ha generado pánico entre la población y ha debilitado la capacidad del gobierno para manejar la economía.
La posibilidad de un impago de la deuda soberana es real. Las agencias de calificación como Fitch y Moody "s han rebajado la calificación crediticia de Bolivia, indicando un alto riesgo de default. Con las reservas en niveles críticos y una economía en declive, el país enfrenta decisiones difíciles sobre cómo priorizar el gasto público.
El gobierno debe tomar medidas drásticas para estabilizar la economía, incluyendo la revisión de subsidios, la promoción de inversiones en sectores clave y la búsqueda de apoyo internacional.