La izquierda en América Latina ha tenido una presencia significativa en la política regional, prometiendo justicia social, igualdad y defensa de los derechos humanos. Sin embargo, los desastres ocasionados en países como Cuba, Venezuela y otros que han abrazado esta ideología demuestran un legado profundamente negativo. El caso de Venezuela es quizás el ejemplo más contundente.
Desde su llegada al poder en 2013, Nicolás Maduro ha llevado a Venezuela a una crisis económica, social y política sin precedentes. La contracción económica del país ha sido la más grave de cualquier país sin guerra en el último medio siglo, con un PIB que hoy es solo el 30% de lo que era hace una década. La pobreza ha alcanzado niveles alarmantes, con un 81.50% de la población viviendo en condiciones de pobreza y un 53% en pobreza extrema. Este escenario desolador ha llevado a un éxodo masivo, con 8 millones de venezolanos abandonando el país en busca de mejores oportunidades en el extranjero.
Este colapso económico y social debería ser
motivo suficiente para que la izquierda latinoamericana se distancie de Maduro
y su régimen, pero esto no ha ocurrido de manera significativa.
Los líderes izquierdistas no han
condenado de manera contundente a Maduro porque sus gobiernos han mantenido una
relación de conveniencia con el régimen venezolano. La política exterior basada
en el subsidio de petróleo y los beneficios económicos derivados de contratos y
negocios los ha atado a la dictadura bolivariana. Esta complicidad ha permitido
que el régimen de Maduro, que ha evolucionado en una organización criminal,
siga controlando la política y el Estado venezolano, extendiendo su influencia
a otros países de la región.
Este fenómeno no es exclusivo de
Venezuela. En Cuba, el legado de la revolución socialista ha dejado un país
estancado, con una economía centralizada que no ha podido proporcionar un nivel
de vida decente a su población. Las restricciones a las libertades individuales
y la represión de la disidencia son características comunes de los gobiernos de
izquierda en la región.
La respuesta de figuras prominentes de la
izquierda, como Lula da Silva, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador, ha
sido ambigua y tardía. Si bien recientemente han comenzado a exigir elecciones
libres y justas en Venezuela, estas declaraciones llegan después de años de
justificaciones y excusas. La postura de estos líderes se ha visto forzada por
la evidencia irrefutable de fraude y represión en el régimen de Maduro.
Es fundamental que la izquierda latinoamericana se enmarque en la lucha por la democracia y los derechos humanos. La condena a Maduro no solo es una cuestión de coherencia ideológica, sino una necesidad para demostrar un compromiso genuino con los principios que históricamente ha defendido.