Editorial

Entre el milagro y el infierno

De nada sirve que el gobierno se haya vuelto “dialogador”, que los ministros y hasta el propio Luis Arce anden de a un lado para otro, tratando de “apagar incendios”...

Editorial | | 2024-08-16 00:02:00

De nada sirve que el gobierno se haya vuelto “dialogador”, que los ministros y hasta el propio Luis Arce anden de a un lado para otro, tratando de “apagar incendios”, si no tienen nada para ofrecer, ninguna respuesta a las peticiones y tampoco la voluntad para tomar decisiones cruciales y urgentes.

Lo más interesante de todo es que ninguno de los sectores que amenazan con medidas de presión y que demandan acciones concretas, están pidiéndole nada al gobierno. No exigen créditos, construcción de carreteras, ni proyectos de infraestructura o cualquier otra cosa que demande recursos económicos, inteligencia, talento o capacidad de las autoridades, porque todos saben muy bien que nada de eso existe en la administración de Arce.

Lo único que se le pide es que deje de lado su modelo intervencionista y elimine las trancas que le ha puesto a la economía en los últimos 18 años y que están llevando a la destrucción al país. El caso del sector agropecuario, uno de los que podría darle un respiro a la economía por su potencial exportador y por su capacidad de generar divisas, es el más emblemático.

En la denominada teoría de la estupidez, el peor de todos es el que perjudica a los demás, sin lograr ningún beneficio para sí mismo y eso es justamente lo que le pasa al gobierno de Arce. Mantener las restricciones a las exportaciones, seguir con las prohibiciones al uso de la biotecnología, no hacer nada por mejorar la seguridad jurídica, promover los avasallamientos de tierras y sumir a los productores en un mar de burocracia, no le aporta ninguna ventaja a nadie, salvo a los delincuentes y en todo caso, el que más se daña es el sector público, pues los problemas que más lo agobian, como la escasez de diésel y la falta de dólares, tienden a agudizarse y con la sistemática disminución de la producción ya se está viendo cómo las entidades estatales se ven en figurillas para reunir los fondos para sus proyectos, para pagar sueldos y, en definitiva, para seguir haciendo política.

Arce podría hacer todo eso y mucho más, si es que verdaderamente quisiera superar la crisis, pero aparentemente su interés no es ese, mucho menos cuando se resiste a abandonar su modelo de derroche, cuando insiste en mantener un “estado imposible”, con gastos astronómicos, empresas públicas inservibles y un marco jurídico enemigo de la inversión privada y, por ende, de la prosperidad de los bolivianos.

En 1985, cuando Víctor Paz Estenssoro asombró al mundo al frenar en seco la hiperinflación no hizo nada extraordinario. Todos hablan de los grandes genios que vinieron de Harvard y de otras potencias académicas, pero la solución fue muy simple: dejar la economía en manos de la gente, abandonar la clásica arrogancia de los políticos, dejar de lado la visión del estado todopoderoso y renunciar a controlarlo todo, porque además de que es imposible, nada puede superar a las decisiones que toma cada individuo que siempre busca el beneficio propio y el de los demás. En las manos de Arce está hacer un verdadero “milagro”, pero no quiere. Prefiere sumir en el infierno a los bolivianos.