En su desesperación por no encontrar
soluciones efectivas para combatir la crisis económica, Luis Arce cambia de
opinión constantemente. Un día asegura que todo marcha bien y acusa a la
oposición de inventar problemas; al siguiente, reconoce algunas dificultades,
atribuyéndolas al contexto internacional o al boicot de la derecha. En otras
ocasiones, asume una postura dual, al estilo del Dr. Jekyll y Mr. Hyde,
culpando al cocalero Morales y tratando de desvincularse del "gobierno
anterior".
En este ambiente de confusión y
contradicciones, cualquier cosa puede suceder, y lamentablemente ya circulan
algunas ideas descabelladas que, de implementarse, solo empeorarán la
situación.
Hace unos días, durante una reunión entre
el gobierno y algunos movimientos sociales, se propuso un régimen de control de
divisas extranjeras, una idea que sembró pánico entre los actores económicos
del país. Más tarde, esta propuesta sirvió como herramienta de chantaje para
acallar las demandas de los empresarios, quienes siguen lidiando con la escasez
de dólares y diésel, dos problemas que están lejos de resolverse.
La Autoridad de Supervisión del Sistema
Financiero (ASFI) ha presentado argumentos absurdos para limitar el uso de
tarjetas de crédito en el exterior a 50 dólares por semana. Esta medida afecta
gravemente a quienes necesitan dólares para importar insumos esenciales para
sus operaciones. En Bolivia, la mayoría de los productos son importados, y sin
divisas, la industria, el agro y todos los sectores se paralizan. La creciente protesta
de gremiales, textileros, transportistas y farmacéuticos es prueba contundente
de esta crisis.
El gobierno, en su miopía, atribuye el
incremento de precios en los mercados a la avaricia y maldad de productores y
comerciantes, negándose a reconocer que la crisis es consecuencia de sus
propios errores e inoperancia. Como respuesta, ha intensificado los operativos
de control de precios, reprimiendo a los vendedores y organizando cacerías de
brujas en busca de agiotistas y especuladores. Estas acciones no solo generan
miedo, sino que también propician la aparición de mercados paralelos y la
corrupción de funcionarios inescrupulosos.
En lugar de tomar decisiones coherentes y
responsables, Luis Arce propone la absurda idea de convocar a un referéndum,
una maniobra que no resolverá la escasez de carburantes. Siempre hay una excusa
para justificar la falta de abastecimiento, y esta vez, se disfraza de
consideración hacia el pueblo, al que ha castigado sin clemencia.
La más reciente ocurrencia es la posible nacionalización de los surtidores. ¿Con qué objetivo? ¿Para eliminar las filas de camiones? ¿Para que el diésel brote como por arte de magia? El remedio sería peor que la enfermedad. Así estamos, a merced de un gobierno sin norte ni timón.