Los bolivianos no debemos olvidar que el
desastre económico que estamos viviendo hoy, apenas en sus inicios, tuvo su
origen en un referéndum. Esta debacle se debe, en gran parte, a la enfermiza
manía de Carlos Mesa de evitar tomar decisiones, su cobardía de esconderse tras
la fachada de una falsa democracia participativa y el engañoso discurso
populista de que “el pueblo es sabio”, un pueblo que, irónicamente, es engañado
y traicionado a diario, llevándolo a la ruina.
El 18 de julio de 2004, Mesa, ya bajo la
influencia de Evo Morales, sepultó para siempre el prometedor futuro de la
industria del gas, una industria que había tomado décadas en consolidarse y que
había colocado a Bolivia en el mapa energético mundial, con la posibilidad de
convertirse en un eje de distribución en América del Sur.
En ese referéndum, la mayoría votó por
abrogar la ley de hidrocarburos y aprobar una nueva, lo que provocó la fuga de
las petroleras; se aprobó una nacionalización que asestó un golpe mortal a la
economía boliviana; y se prohibió la exportación de gas a Chile, el mejor
mercado que Bolivia podría haber conseguido, lo que habría dado proyección a
las reservas gasíferas. Como si esto no fuera suficiente, se impuso un régimen
de explotación insostenible que ha convertido a Bolivia en un importador neto
de gas, que pronto tendrá que buscar este recurso en el exterior para cubrir el
consumo interno, ya sea para cocinar o para generar electricidad.
Hoy, mientras sufrimos las consecuencias
de aquel error monumental, enfrentamos la necesidad de reparar los daños o, al
menos, cambiar de rumbo para evitar que Bolivia caiga en la peor de las
desgracias. Sin embargo, estamos nuevamente en manos de un líder cobarde que no
tiene mejor idea que convocar a un referéndum para evadir la responsabilidad de
salvar al país de una quiebra total y de una crisis que sin duda superará la de
1982-1985, registrada en los anales de las catástrofes económicas.
Si en 2004 Carlos Mesa frenó una economía
que ya comenzaba a dar frutos y entregó en bandeja de plata al MAS la mayor
bonanza de la historia de Bolivia, Luis Arce no hará más que profundizar
nuestra caída con la persistencia en un modelo que fue precisamente el que
destruyó esa prosperidad.
El gobierno, elegido para tomar
decisiones difíciles y, en ocasiones, dolorosas para la población, opta
nuevamente por escudarse en una consulta popular para lavarse las manos,
haciendo creer que respeta y obedece la voluntad del pueblo, cuando en 18 años
ha hecho todo lo contrario.
Luis Arce es plenamente consciente de los graves problemas económicos que él mismo ha creado y se niega a tomar las medidas necesarias para corregir su manejo irresponsable. No solo debe actuar urgentemente en el ámbito de los hidrocarburos y las subvenciones, sino también reducir drásticamente el déficit fiscal y guiar al país hacia un modelo altamente productivo y competitivo. El referéndum, lejos de resolver la crisis, no hará más que agravar la situación actual y podría atar las manos tanto de esta administración como de las futuras.