Si Santa Cruz hubiera necesitado del
reconocimiento y el aprecio del Estado centralista, hoy controlado por el MAS,
que no ha sido el que más ha odiado a esta región, hace tiempo habría
sucumbido, quedando destruida y en ruinas, como sucede con otros departamentos
que siempre dependieron de las dádivas de la Plaza Murillo y cuyas economías se
fundamentaron en el rentismo. El censo no es más que una herramienta del Estado
para probar y validar su existencia, su dominio sobre una determinada cantidad
de habitantes. En el caso boliviano, es un instrumento del sistema para
legitimar ese perverso mecanismo que mantiene a las regiones con la mano
extendida, como un mendigo que reclama al centralismo que le arroje unas
migajas. Santa Cruz no es grande porque recibe, sino porque siempre ha dado al
país y a los bolivianos, una actitud altamente moral que explica su
prosperidad. Los políticos reclaman más recursos y escaños parlamentarios
porque ese es su juego, de eso viven. El cruceño que trabaja y produce no se detiene
en esas pequeñeces, y mucho menos en la mezquindad de un modelo de Estado
decadente. Quien vive en Santa Cruz seguirá dando a manos llenas, no sólo
hospitalidad.