Luis Arce ha vuelto a demostrar, una vez
más, que no sabe qué hacer con la crisis económica que asola Bolivia. Su
reacción frente a los problemas económicos del país no solo refleja
desesperación e incompetencia, sino también una arrogancia peligrosa, típica de
los estatistas y socialistas que creen tener la capacidad de controlar cada
aspecto de la economía.
Esta vez, el presidente ha dejado
entrever la posibilidad de implementar una medida que él denomina “entrega
obligatoria de divisas”, una maniobra que, aunque intenta desmarcarse del
control de divisas tradicional, no es más que una versión disfrazada del mismo
veneno que ya ha arruinado a otras economías.
Arce insiste en que la “entrega
obligatoria de divisas” es distinta al control de divisas que ha devastado a
países como Argentina y Venezuela. Sin embargo, la esencia de esta propuesta
sigue siendo la intervención coercitiva en el mercado, una intervención que,
como ya hemos visto en repetidas ocasiones, solo trae consigo mayores
distorsiones, especulación y un deterioro aún mayor de la confianza en el
sistema financiero.
Esta medida podría terminar siendo peor
que la enfermedad que pretende curar. La experiencia nos ha enseñado que cuando
los gobiernos intentan controlar de manera directa los flujos de divisas, los
resultados son catastróficos: el dólar paralelo se dispara, la incertidumbre se
apodera de los mercados, y la imagen del país ante los inversores extranjeros
se desmorona.
La propuesta de Arce de crear un “comité
de divisas” compuesto por bancos y el sector privado para gestionar la
asignación de dólares no es más que una salida simplista y engañosa. La
realidad es que en un mercado verdaderamente libre, los actores económicos no
necesitan de un comité que les diga cómo y a quién deben vender sus dólares.
Este tipo de intervenciones no sólo son innecesarias, sino que además tienden a
favorecer a unos pocos en detrimento de la mayoría, especialmente de aquellos
que tienen menos recursos y que, en última instancia, son los más afectados por
la especulación y las distorsiones que generan este tipo de políticas.
Lo que Bolivia necesita es una política
económica coherente y seria, basada en la confianza en el mercado y en la
eliminación de barreras que impiden el libre flujo de capitales. Lamentablemente,
el gobierno de Arce parece empeñado en repetir los errores del pasado,
proponiendo soluciones a medias que solo agravan la crisis en lugar de
resolverla.
La historia nos ha mostrado que las medidas de control, ya sea disfrazadas de “entrega obligatoria de divisas” o con cualquier otro nombre, solo llevan a un camino: más pobreza, más desigualdad y más desesperanza. Es hora de que el gobierno deje de lado su arrogancia y empiece a escuchar a los expertos que advierten sobre los peligros de estas políticas. De lo contrario, Bolivia seguirá hundiéndose en una crisis de la que será cada vez más difícil salir.