Cada vez que encendemos fuego en nuestros bosques, no solo destruimos árboles, sino que también impactamos profundamente la vida de todos. Las quemas no solo arrasan con el hogar de innumerables animales, sino que también ponen en riesgo la salud de nuestras comunidades. El humo que emiten se dispersa en el aire, contaminándolo y agravando enfermedades respiratorias, afectando especialmente a los más vulnerables: niños, ancianos y personas con condiciones preexistentes.
Sin embargo, el daño no se limita solo al aire que respiramos. Los incendios destruyen suelos fértiles, comprometiendo nuestra capacidad de producir alimentos en el futuro. Además, los árboles son nuestros principales aliados en la lucha contra el cambio climático, ya que absorben el dióxido de carbono que daña el planeta.
Al quemar los bosques, estamos condenando a las futuras generaciones a un mundo más árido, más caliente y con menos recursos. ¿Realmente queremos legarles un planeta del que no puedan disfrutar? Debemos replantearnos nuestras acciones, valorar la tierra que tenemos y protegerla. Porque cuando un árbol sucumbe a las llamas, también lo hace una parte de nuestro futuro. Es hora de actuar con conciencia y respeto por la vida.