El demiurgo capitalista

Guasón frente a Popper

Guasón frente a Popper
Luis Christian Rivas Salazar
| 2024-10-15 21:50:00

En Guasón (2019) de Todd Phillips, Arthur Fleck es un hombre profundamente dañado desde su niñez, sumido en una depresión. Es un ser vacío y solitario, cuya forma de soportar el dolor es hacer reír a los demás, algo que podría parecer común en nuestra sociedad. Cuando era estudiante de filosofía, conocí a un compañero introvertido y melancólico, al que apodaban "El Kierkegaard", en honor al filósofo de la existencia humana, la desesperación y la angustia. Un día le pregunté por qué llegaba tarde a clase todos los días, con su aspecto trasnochado. Me confesó que trabajaba en doble turno, ya que se había casado con una mujer que tenía dos hijas, una de ellas con una deformación física que requería una costosa operación. Me contaba esto con su semblante triste, como si quisiera llorar, con los ojos siempre rojos y llorosos, un rasgo que le había ganado su apodo. De noche trabajaba como mesero hasta la madrugada, y de día era "El cornetita", un animador de fiestas infantiles, un triste payaso al estilo de Javier Solís.

Arthur Fleck, por su parte, se transforma en el Guasón para dejar de ser débil y convertirse en un ser despiadado, capaz de tener poder sobre la vida de los abusivos que lo atormentan. Basta de ser el bufón: envía un mensaje a las masas adormecidas por el espectáculo: "¡Perdedores del mundo, uníos!" Cansados de la represión de la autoridad, encabeza un movimiento de los débiles, que detrás de una máscara esconden su flaqueza, fealdad y deformidad. Con esa máscara, se ríen a carcajadas y deciden impartir justicia por mano propia, hartos de la injusticia de los poderosos.

En Guasón 2, una mujer lo manipula, aprovechándose de su vulnerabilidad, y Arthur, buscando el poder del superhombre, se convierte en la versión más carismática y seductora del Guasón: un "dandi", "metrosexual", pulcro, de buen porte y humor. Pero Fleck no puede soportar ser el Guasón. No es su esencia ni su naturaleza. No nació para matar. Intentar ser alguien que no es lo destruye. La decepción de la mujer ante su verdadera naturaleza refleja cómo las masas se sintieron al salir del cine. Esperaban al asesino despiadado y en su lugar se encontraron con un juicio penal de un payaso que asume su propia defensa, bailando y cantando. ¡Horror! ¡No es lo suficientemente "dark"! ¿Faltaron sangre, fuego y violencia?

Salen decepcionados, como si fueran la propia Lee Quinzel, porque aman asesinos en serie como Dahmer. Estos son los niños de los que se preocupaba Karl Popper en sus últimos años, cuando advertía que la televisión tenía un poder ilimitado para dañar a la sociedad abierta promoviendo la violencia. Para Popper, la libertad ilimitada destruye la misma libertad, por lo que proponía la regulación y autorregulación. Juan Pablo II también compartía esta preocupación, llamando a la televisión “niñeras electrónicas”. Ambos tenían razón. La televisión dio paso a las redes sociales y al entretenimiento banal, cargado de violencia extrema y erotismo, accesible para los menores. Ahora, los niños tienen acceso a la sangre y la muerte con solo apretar unos botones. Esos niños serán los hombres del futuro, insensibles a la violencia, para quienes un drama psicológico con "pocos" asesinatos resulta tedioso y aburrido.

Popper observaba que los niños cierran los ojos ante situaciones violentas porque les da miedo, pero, al estar constantemente expuestos, se adaptan rápidamente. Los padres y maestros poco pueden hacer frente a la seducción de la violencia. El entretenimiento es "acción y más acción", adicción química difícil de superar frente a las aburridas charlas sobre paz y respeto en el aula. Por eso, las instituciones educativas exigen que los maestros se conviertan en comediantes para mantener la atención de los estudiantes.

Así surgen más Flecks: personas sin familia, sin un primer círculo de cuidado, sin una figura paterna o materna en casa, traumatizadas por la falta de protección frente al abuso y la violencia, en un ciclo vicioso. Las "niñeras digitales" los preparan para una sociedad sin límites, donde los narcotraficantes son más admirados que los matemáticos. Los niños buscan esos ejemplos, y las niñas aspiran a ser sus esposas para costear sus cirugías. Estamos retrocediendo a una sociedad tribal, ajena a la sociedad abierta. ¿Popper tenía razón?