Al cocalero Morales siempre le preocupó más la imagen externa que el respaldo de los propios bolivianos. Tenía razón, pues fue justamente la OEA la que, después de muchos años de complicidad, le retiró el apoyo en 2019, lo “entrampó” con una auditoría y denunció el gigantesco fraude que desató la ira popular. El resto del trabajo lo hicieron los millones de ciudadanos que salieron a protestar y lo obligaron a huir. Haciendo una analogía, la permanencia o no de Maduro en el poder depende, en gran medida, de lo que se haga y se diga fuera de Venezuela.
Evo Morales llegó al poder de la mano de la narrativa impuesta por la izquierda internacional, según la cual la democracia había fracasado en América Latina y el neoliberalismo era el causante de todos los males del continente.
El Foro de Sao Paulo fue muy hábil en promover esa visión, generar malestar y, por último, incentivar una serie de crisis políticas que, en el caso boliviano, desgastaron el sistema tradicional y abrieron espacio al discurso antiimperialista y de reivindicación indígena. Durante más de trece años, Morales fue la figura central MAS, convirtiéndose en un ícono tanto para sus seguidores como para analistas que celebraron su ascenso al poder.
Hoy observamos un giro drástico en esta narrativa. Los mismos medios y analistas que alguna vez encumbraron a Morales y que construyeron el mito, están replanteando sus perspectivas a medida que se intensifican las tensiones dentro del MAS y surgen serias acusaciones en su contra, incluyendo el abuso sexual que lo ha puesto al borde de la cárcel.
Desde el exterior, la caída de Morales puede leerse como el “inevitable desenlace de un ciclo político que, en lugar de consolidarse, ha comenzado a desmoronarse”. Sus errores estratégicos, como su intento de perpetuarse en el poder mediante la reelección indefinida, sembraron la semilla de su eventual caída. “La crisis de 2019 fue un reflejo de la polarización exacerbada por su propio liderazgo y el retorno del MAS al poder en 2020, lejos de ser un retorno triunfal, no hizo más que reabrir viejas heridas y conflictos internos entre las facciones que lo componen”.
Analistas que han puesto su mirada en Bolivia en los últimos días, consideran que Luis Arce también se encuentra en una posición complicada. Por un lado, debe hacer frente a una grave crisis económica que afecta a Bolivia, "un país que ha dejado de ser la potencia gasífera que fue". Lo más difícil para el actual presidente es lidiar con la creciente presión interna de un Morales que, aunque debilitado, aún mantiene un considerable apoyo entre sus bases cocaleras.
La situación actual plantea interrogantes sobre el futuro del MAS y del país. La antigua glorificación de Morales se ha transformado en una advertencia de los mismos analistas sobre el riesgo de que el exmandatario sea el causante de una inestabilidad que recuerda a la Bolivia pre-2005. En definitiva, desde todos los foros mediáticos, se percibe que el cocalero prácticamente ha sido desahuciado.
Los mismos medios y analistas que alguna vez encumbraron a Morales y que construyeron el mito, están replanteando sus perspectivas a medida que se intensifican las tensiones dentro del MAS y surgen serias acusaciones en su contra, incluyendo el abuso sexual que lo ha puesto al borde de la cárcel.