Tribuna

Los espejismos de la democracia

Los espejismos de la democracia
Mario Malpartida
| 2024-10-22 07:02:57

No es extraño tener presidentes tiranos en un mundo que fervorosamente exalta la democracia; al igual que presenciar países en guerra mientras el mundo proclama la paz. ¿Acaso podría interpretarse que el mundo es condescendiente, que tolera la tiranía y guarda silencio ante las guerras, e incluso vota a su favor? Las frecuentes guerras tienen como escenario Oriente Medio, mientras que las tiranías son más manifiestas en las regiones del sur global. Cuando finalmente se aprueban censuras, estas no pasan de ser documentos que se difunden y ahí quedan; no existe un mecanismo efectivo para hacerlas cumplir. Las guerras continúan a pesar de las rimbombantes censuras; prevalece el interés en la victoria, en la beligerancia y en el desprecio por la vida. El exceso de poder se fortalece, el ciudadano es oprimido, y esa es la respuesta oprobiosa del tirano. En otras palabras, las declaraciones no sirven, carecen de ejecutoriedad.

Por otro lado, los gobiernos autocráticos alardean de democracia, pero apoyan a los tiranos; todo depende de la ideología. La invasión a territorios ajenos puede ser vista como justa o condenable. La tiranía y los agravios a los derechos humanos pueden ser censurados o justificados, y los muertos no importan si el autor de los crímenes es un país aliado; por el contrario, es repugnante y debe ser repudiado si el autor no pertenece al mismo clan.

Lo mismo ocurre con el poder paralelo: el neoliberalismo es señalado como la causa de la pobreza, mientras que el socialismo del Siglo XXI es la solución; el juicio y la sentencia dependen de la posición ideológica, y la votación sigue consignas. Por eso, las guerras continúan y las tiranías persisten. Los totalitarios no siempre se convierten en tiranos —aunque lo desearían— porque pueden mantener la etiqueta de "democracia"; además, aunque parezca contradictorio, los poderes paralelos no lo permiten, ya que necesitan seguir vigentes: los traficantes de drogas, armas, personas y el contrabando. Estos poderes paralelos inquietan al poder formal, pero resulta imposible ignorarlos; combatirlos conlleva riesgos, y el poder está en juego.

Se dice también que estos poderes paralelos actúan bajo la tolerancia y protección de los gobiernos. En este caso, la violencia deja de ser monopolio del Estado, que permite y encubre las acciones de narcotraficantes armados, secuestros, fraudes, contrabando, lavado de dinero, tráfico de armas, asaltos y robos. Grupos comunitarios, armados y protegidos, parecen hacer caso del dicho "no se puede poner puertas al campo".

Entretanto, el Estado se aferra al poder en una democracia cada vez más inútil y vacía, compensando su debilidad a través de acciones despóticas para revalidar su mando en medio de protestas, paros y bloqueos; agobiado por la necesidad de retener un control que se desmorona. El contrabando, instalado y conectado con el poder, ya sea encubriendo camiones con mercancía o permitiendo la entrada de harina argentina en vagones, sigue operando de forma impune. Este comercio ilegal se mantiene activo, con centenares de vehículos circulando sin póliza, mientras voces oficiales abogan por regularizar el delito bajo el argumento de mejorar los ingresos fiscales. No está lejos el día en que suceda, como ya ha ocurrido en varias ocasiones. Los productos de contrabando se venden a toda hora, desde fardos de ropa hasta licores y medicamentos. Mientras tanto, el llamado "contrabando hormiga" es hostigado y utilizado como fachada para la "lucha contra el contrabando".

Decir que el mundo está dividido es inexacto: unos pocos, pero poderosos, son capaces de desactivar las censuras; mientras que la mayoría, aunque numerosa, resulta insuficiente para suprimir las guerras, evitar las tiranías y acabar con el contrabando.