En Bolivia, el ingenio político no descansa, y hoy la creatividad está a cargo de los grandes guionistas del Grupo de Puebla. ¿Problemas de crisis económica? ¿Reservas agotadas y una inflación que nadie puede tapar? ¿Falta de dólares y escasez de combustible? ¿Institucionalidad perforada y orfandad de liderazgo creíble? ¿Líderes cívicos cobardes y traidores? ¿Gobernaciones serviles al masismo? ¡No hay problema! Con una buena dosis de distracción y enfrentamientos de utilería, la ciudadanía puede estar entretenida mientras el barco se hunde.
El gobierno parece haber decidido que la prioridad es crear una cortina de humo, lo suficientemente espesa para tapar el caos económico, político y social. Así que, queridos e ilusos espectadores, tomen asiento y prepárense para la función de esta obra maestra del teatro político. Vamos a intentar ser lo más detallistas posible, tal cual si fuera un guion nefasto…
Primer acto: la estrategia del enfrentamiento interno (o cómo inventar peleas falsas para distracción)
Lo primero es lo primero: la clásica táctica de "divide y vencerás" que puso en práctica el maquiavélico Linera desde el año 2005. ¿Qué mejor manera de mantener a la gente entretenida que inventando un supuesto enfrentamiento entre dos líderes del partido? Los ciudadanos, siempre con la fe intacta en la justicia y la política, esperan a que este conflicto titánico tenga alguna resolución. ¡Qué ingenuos! En realidad, es más probable que puedan ver nevar en el trópico amazónico, que un desenlace verdadero. Al final, los líderes siguen tan amigos como siempre, y el conflicto no es más que un espectáculo para distraer la atención del verdadero drama económico. Comparten los mismos gustos: niñas para abusarlas, amantes para saciar sus depravados deseos, abusar del poder, enriquecer a sus hijos, proteger a los narcos a cambio de jugosas sumas, etc.
Es que este enfrentamiento entre “arcistas” y “evistas” parece un guion de telenovela de bajo presupuesto, en el que unos supuestos rivales se lanzan indirectas, amenazas y hasta “bloqueos”. Claro, los bloqueos están bien pensados: armados con armas con balas de fogueo, fuegos artificiales y amenazas de cartón. Los rebeldes se pasean como en un desfile. ¿La policía? Pues también actúan, en un ridículo juego de “policías y delincuentes” en el que todos cumplen su rol de utilería con una precisión digna de un show circense…
Segundo acto: el espejismo del adelanto de elecciones y los enemigos de fantasía
Siguiendo con la función, el gobierno introduce el rumor de un posible adelanto de elecciones, a pedido de sus aguerridos y falsos enemigos. Claro, porque nada asegura la lealtad de la gente más que una esperanza falsa. “Prepárense, que vienen elecciones nuevas” –o al menos, eso susurran los estrategas, mientras ponen en escena un montón de marionetas que, en teoría, son los “enemigos”. Estos enemigos, diseñados al milímetro por el oficialismo, están ahí solo para reforzar la narrativa y complacer cualquier giro de la historia que el gobierno necesite. Tal cual lo dijo Lula en una entrevista: inventa una historia y crea la narrativa al respecto, de manera que todos puedan creerla.
Ah, la oposición. Esa pobre oposición que en esta obra no es más que un accesorio, está compuesta: de un poeta lleno de rimas; de un empresario hecho el liberal tiktokero; un intelectual corrupto habido de poder; de un privado de libertad exigiendo espacios de poder; de un bigotón odiador de cruceños; de un rector trasnochado; de un coreano ucesista… Lejos de ser una amenaza real, esta oposición parece diseñada para hacer más creíble el espectáculo. Reaccionan tarde, se tropiezan con el libreto y muchas veces no entienden ni en qué parte de la función están. Para el gobierno, la oposición es perfecta: una tropa de viejos profesionales de la política y de aficionados sin brújula ni liderazgo que aportan ese toque de democracia que tanto nos gusta ver en la teoría, pero que, en la práctica, no tienen ninguna fuerza.
Tercer acto: el sueño del Grupo de Puebla y el Socialismo del Siglo XXI (¿o pesadilla del ciudadano común?)
Aquí es donde entra el Grupo de Puebla, ese grupo de sabios ideólogos que entienden que Bolivia es el lugar ideal para plantar la semilla del socialismo del siglo XXI. No porque vayan a mejorar la vida de la gente, no, sino porque es el país perfecto para consolidar un poder que responde más al nuevo orden mundial, a los intereses de Rusia y China que a los de los propios bolivianos. La consigna es clara: empobrecer al país, mientras se le convierte en un peón en un juego geopolítico que beneficia a todos… menos al propio país. ¿El bienestar de la gente? Eso no está en el guion.
La estrategia es simple: mantener a la gente distraída, desinformada y, mejor aún, en la eterna espera de justicia. En el fondo, el gobierno sabe que la economía sigue desmoronándose, que las reservas están secas y que el pueblo, cada día más pobre, ya ni recuerda cuándo fue la última vez que tuvo esperanza. Pero eso no importa: mientras estén ocupados esperando la “gran justicia” o el “cambio electoral”, ellos pueden continuar con su agenda, de empobrecer a todos y dominarlos a través de la fuerza pública, de una policía abusiva y de una justicia servil.
Final de la obra: la gran incompetencia de una oposición desubicada y el cierre perfecto
En esta obra de tragicomedia, la oposición cumple su papel con una torpeza admirable. Son como actores que no se aprendieron el libreto y tropiezan en cada escena. En lugar de ofrecer una alternativa, siguen el guion del gobierno como si estuvieran en trance. Son víctimas de su propia incompetencia y se mueven erráticamente, como si no supieran ni dónde están parados. Gracias a esta “oposición” decorativa, el gobierno se legitima y sigue la función sin que nadie la interrumpa.
Así, cuando baja el telón, el público se queda con una sensación de vacío, una mezcla de frustración y resignación. La esperanza de un cambio se convierte en un chiste, la justicia en un mito que ya nadie cree, y la democracia, en una farsa cuidadosamente organizada. ¿El futuro de Bolivia? Se perfila incierto y oscuro, mientras el país sigue en esta tragicomedia donde la política es un espectáculo y la economía, una herida que no deja de sangrar.
Reflexión final: es hora de que Bolivia despierte
Bolivianos, ¿hasta cuándo? No podemos seguir siendo espectadores de esta obra mal escrita que solo beneficia a quienes manejan los hilos. Es tiempo de abrir los ojos y entender que cada día que pasa sin reaccionar es un paso más hacia un futuro controlado por intereses externos, ajenos y sin conciencia del sufrimiento de su gente. No se puede esperar más: o se reacciona ahora, o el telón caerá de forma definitiva, y cuando eso pase, ya no habrá segunda función.