Si no se sale con la suya y no logra volver a la presidencia, al menos Evo Morales ya tiene su republiqueta, con todo incluido: regimientos militares, armas de guerra, guarniciones y todas las reparticiones públicas que pertenecen al estado boliviano, cuyos responsables han abandonado sus oficinas ante la presión de los narco-bloqueadores.
No vamos a cometer la ingenuidad de pensar que esto es algo nuevo. Hace mucho que el trópico cochabambino es territorio soberano de los narcotraficantes, una zona de exclusión que Evo Morales consiguió al obtener la presidencia, manteniendo una presencia del estado, pero solo de adorno. A los agentes de la DEA los expulsó poco después de asumir el poder, porque obviamente no aceptaron la misma complicidad.
Nadie puede reprochar a los militares ni a nadie semejante sumisión ante el régimen del cocalero, que los obligó a vestirse con ponchos rojos, a hacer el saludo del invasor, a arrodillarse ante los contrabandistas y a respetar las rutas de los ladrones de autos y el tráfico de cocaína.
Pero Evo Morales ya no es presidente y lo que acaba de hacer —con la toma de varios regimientos, el robo de armamento y la humillación de numerosos oficiales y soldados— es declararles la guerra, o en el mejor de los casos, demostrarle a Luis Arce, como siempre ha dicho, que las fuerzas armadas están de su lado y que se alzarán si lo detienen o le hacen daño.
Los hechos le dan la razón al exmandatario cuando se observa la parsimonia de los militares para enfrentar la crisis actual. No se han pronunciado, no han dado un paso al frente y, en los operativos de desbloqueo, han aceptado un papel pasivo, marchando detrás de los policías y contribuyendo, con su actitud, a la desmoralización de la tropa.
Motivos no les faltan para actuar de esa manera. Siempre que se les ha llamado para salvar a los políticos, han salido mal parados. Desde aquella vez en que Carlos Mesa les concedió amnistía a los criminales que causaron muerte y zozobra en el Altiplano para tenderle la cama al actual régimen. En 2019 también se la jugaron a favor del pueblo, pero tanto Evo como Luis Arce se las cobraron y muchos de los militares patriotas terminaron presos.
Los militares son garantes de la Constitución y, desde 2006, se han convertido en cómplices de la mayor anomia que se haya visto, la cual también los está devorando. Lo que les ha hecho Evo Morales quizás sea un acto de venganza por haberle sugerido la renuncia en 2019; o tal vez sea una demostración del poder que aún tiene, o el cumplimiento de su objetivo de convertir al Chapare en un estado independiente, donde manden sus narco-milicias y él se corone como el gran jefe de la flamante república cocalera, con casi 13 mil kilómetros cuadrados, más grande que Jamaica, Puerto Rico, Líbano o Trinidad y Tobago. No creemos que a Arce le moleste esta noticia. A los militares debería molestarles como la sarna, a no ser que también les guste.
Evo Morales ha consolidado su control en el Chapare, estableciendo una "republiqueta" con fuerza militar y expulsando a las autoridades del Estado. Este territorio, dominado por narcotraficantes, refleja la sumisión de las Fuerzas Armadas y su complicidad desde 2006. Morales desafía a Luis Arce y podría estar gestando un estado independiente bajo su mando.