El rey de España, Felipe VI, y su esposa, la reina Letizia, se llevaron el susto de sus vidas cuando los pobladores de una ciudad azotada por uno de los peores desastres climáticos que se hayan visto en el país los recibieron con insultos y les arrojaron barro, exigiendo que se retiraran del lugar.
En el sitio también estaba el jefe del
gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, quien seguramente pensó que
recibiría los mismos vítores y aplausos que la realeza, y que le perdonarían la
desastrosa gestión de la tragedia, a saber: nadie activó la alerta sobre la
impresionante tormenta que inundó varias ciudades del sur, con un saldo de más
de 200 muertos; la pesada burocracia e ineficiencia, típica de un régimen
populista, impidió el despliegue inmediato de los servicios de emergencia; la
rivalidad política con algunos gobiernos locales activó el componente de la
mezquindad (otro clásico de la política) y, para colmo, tanto los reyes como
las autoridades nacionales se presentaron muy orondos en el lugar una semana
después de los acontecimientos. ¿Qué esperaban? ¿Guirnaldas y alfombra roja?
Para cuando el séquito real se dignó en
acudir a dar la cara, la sociedad española, las instituciones civiles,
entidades no gubernamentales, celebridades, clubes y personas de bien ya se
habían movilizado para auxiliar con alimentos, agua, utensilios de limpieza,
maquinaria y todo lo que hacía falta para devolver la normalidad a las ciudades
que quedaron colmadas de lodo debido al temporal.
Fue impresionante ver las inmensas
caravanas de ciudadanos de otras comunidades llegando a Valencia y demás
ciudades afectadas con ayuda de todo tipo. Brindaron su tiempo y esfuerzo para
limpiar las calles y viviendas, organizaron brigadas de auxilio y montaron
centros de acopio de comida y agua. La acción de la Iglesia Católica es digna
de mención: se pudo ver a monjas, curas, voluntarios y hasta al propio
arzobispo valenciano, manchados de barro, comandando las labores de emergencia,
mientras los políticos de todos los colores se preocupaban por “robar cámara”,
posar y aprovechar la tragedia para figurar. La respuesta no podía ser otra que
el repudio... y el barro, por supuesto.
El rey de España se ha mostrado comprensivo y dijo que la gente tiene razón en estar indignada, muy distinto a lo que ocurre en Bolivia, donde los políticos no parecen darse cuenta del rechazo que siente la población hacia ellos, pese a que son los responsables y no el clima, de la incesante tortura que sufre el pueblo. La gente debe estar arrepentida por no haberles tirado barro en el momento oportuno. Hoy ya no entienden de ninguna manera y hay quienes piensan que sería mejor usar otros métodos que los ayude a reflexionar.