¿Puede funcionar el liberalismo en Bolivia? Si funciona en Argentina, donde llevaban más de 80 años bajo el más recalcitrante estatismo, puede funcionar en cualquier lado. Pero es necesario hablar con claridad, no tener miedo de quienes critican al capitalismo y decir la verdad, algo que también conmovió al electorado en el país vecino.
Bolivia ya vivió un período liberal muy
exitoso, incluso más efectivo que el de Javier Milei. El "gonismo"
logró vencer en tiempo récord una de las hiperinflaciones más severas de la
historia de la humanidad, solo comparable con las de naciones en guerra.
Sánchez de Lozada liquidó el monstruo de la Comibol, relocalizó a miles de
mineros, hizo un recorte extremo del gasto público y desató una ola migratoria
sin precedentes, todo sin generar mayores conmociones sociales.
El proceso liberal boliviano pudo haber
imitado al de Chile, donde lograron reducir la pobreza del 32 al 10 por ciento
en menos de 20 años, si Gonzalo Sánchez de Lozada y su equipo hubieran sido más
sinceros y frontales. Nunca pronunciaron la palabra "liberalismo",
tampoco "privatización" (la disfrazaron como
"capitalización"). No atacaban al socialismo de frente, como lo
hacían Margaret Thatcher o Reagan, ni siquiera mencionaban términos como
"capitalismo", "derecha" o "libre mercado", pues
temían ofender a toda una serie de dirigentes parasitarios, intelectuales de
izquierda y la pléyade de mafias políticas que merecen ser nombrados como lo
hace el presidente argentino en todos los foros y medios de comunicación.
Otro problema de Goni fue su centralismo,
un enemigo mortal del liberalismo, que no solo promueve la subsidiariedad
estatal, sino que deja la economía en manos del individuo y de la espontaneidad
del mercado.
La máxima hazaña en términos de
descentralización (otra palabra prohibida) fue la Participación Popular, una
fórmula para distribuir migajas, mientras que el estado central siempre mantuvo
más del 80 por ciento de los recursos nacionales. Si se mantiene tal como está
el monopolio de la economía y del poder en Bolivia, el liberalismo que hoy se
promueve no pasará de ser un mero discurso, un burdo remedo de las modas y
tendencias mundiales.
Si los líderes bolivianos que hoy
enarbolan el liberalismo no elevan el tono contra el gasto público, contra las
empresas estatales, contra el asfixiante centralismo; si no atacan la
nacionalización como debe ser, si no le dicen a los bolivianos que es necesario
privatizar, de lo contrario el país desaparecerá; si no le dicen a la gente que
es necesario cambiar las leyes para promover inversiones extranjeras, si no
ponen como ejemplo a Corea del Sur o Singapur, si no explican que generar
riqueza está bien, que la izquierda y el socialismo son la muerte; si no se
hacen amigos de Bukele, Trump o Meloni y dejan de alabar a ídolos de barro,
abandonando el discurso políticamente correcto, no habrá espacio para el
liberalismo en Bolivia.
Bolivia ya tuvo un exitoso período liberal bajo Sánchez de Lozada, quien controló una hiperinflación extrema, recortó drásticamente el gasto público, relocalizó a mineros y desmanteló la Comibol, sin causar mayores conflictos sociales, superando incluso los logros de Javier Milei en Argentina.