Sin lugar a dudas, la emisión inorgánica indiscriminada de billetes es extremadamente peligrosa, ya que inexorablemente nos conduce no solo a la inflación, sino también a la hiperinflación. Como sabemos, la inflación empobrece a los más pobres debido a la significativa pérdida del poder adquisitivo. Sin embargo, los efectos de la hiperinflación son aún más devastadores: condena a millones de personas a la pobreza y, en muchos casos, a la miseria absoluta.
La imperativa recomendación: ¡no impriman billetes inorgánicamente!, se fundamenta en que, si ya no hay recursos para cubrir el elevado déficit fiscal (12% del PIB, cerca de 5.400 millones de dólares), recurrir a este funesto mecanismo sería un grave error. Si el gobierno ya ha comenzado esta nociva práctica, el colapso está cerca. Muchos países han sido destrozados por esta peligrosa conducta, que, dicho sea de paso, es común en regímenes populistas. "Si no hay dinero para gastar, imprimamos", suelen decir.
Existen serias sospechas de que este extremo ya esté siendo adoptado, pues parece ser el último recurso del gobierno para cubrir el elevado y sostenido déficit fiscal. Bolivia lleva nueve años consecutivos con déficit. En las difíciles y extremas circunstancias actuales, la emisión de billetes sería el único camino que le queda al gobierno para equilibrar sus cuentas y, entre otras cosas, para cubrir la subvención y la compra de combustibles como gasolina y diésel.
Las últimas noticias informan sobre una segunda licitación para la impresión de billetes. Aunque no se menciona el costo, la licitación contemplaría la emisión de billetes por un valor de 74.400 millones de bolivianos, en diferentes cortes. En la primera licitación se justificó como una reposición de billetes deteriorados. Ahora, esta nueva emisión estaría destinada a “responder a la demanda monetaria del público y reponer de manera gradual el material deteriorado, incorporando innovaciones tecnológicas para mejorar la duración y seguridad de los billetes”.
Sin embargo, esta impresión masiva de billetes, bajo la versión oficial, deja un manto de dudas.
Si ya se ha puesto en marcha este macabro expediente, el desenlace será igual o peor que la hiperinflación vivida en el aciago gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP) hace 40 años.
En el ocaso del ciclo “capitalista estatal”, la crisis económica ocasionada por la drástica reducción de los ingresos provenientes de la exportación de estaño produjo niveles récord de déficit fiscal. El primer gobierno democrático tras varias dictaduras tuvo que enfrentar una terrible crisis derivada de la caída de los precios del estaño, que en ese momento era nuestra única y principal fuente de ingresos.
El modelo “capitalista estatal” colapsó. Mantuvieron un Estado hipertrofiado, primero con deuda externa y luego con emisión inorgánica de billetes. Los gastos del Estado nunca se ajustaron a la realidad de los ingresos, lo que desencadenó una brutal hiperinflación. En 1984, Bolivia alcanzó el récord Guinness de hiperinflación con un 21.000% anual.
La experiencia de esa hiperinflación fue dramática: enormes filas para comprar bienes básicos y precios que subían incesantemente. Al tratarse de un gobierno débil y sin apoyo legislativo, no se realizaron ajustes macroeconómicos, y el país se hundió en una crisis sin precedentes. La hiperinflación fue finalmente controlada en 1985 con el Decreto Supremo 21060, que implicó grandes ajustes.
Hoy, aunque el contexto es distinto, el proceso se asemeja. La actual crisis se origina en la drástica reducción de los ingresos por la exportación de gas a Brasil y Argentina. Los volúmenes exportados han caído significativamente y, desde octubre pasado, Bolivia dejó de vender gas a Argentina, que ahora planea utilizar nuestros gasoductos para exportar su gas a Brasil. La falta de ingresos ha generado una dramática iliquidez estatal, origen del desabastecimiento de combustibles.
Pese a esta realidad, los gastos no se han ajustado. Para financiar el déficit, primero se utilizaron las Reservas Internacionales Netas (RIN), que ahora están agotadas; luego, se recurrió a la venta de oro, préstamos del Banco Central y recursos de la Gestora Pública. La deuda interna y externa alcanza los 36.296 millones de dólares, equivalentes al 81% del PIB.
Y lo más grave es que, tras agotar las RIN, vender oro y aumentar la deuda, los gastos siguen sin reducirse. ¿De dónde obtendrá el gobierno los 5.400 millones de dólares necesarios para cubrir el déficit proyectado este año?
En esta etapa crítica, solo el Banco Central podría financiar el déficit. Sin reservas, deberá recurrir necesariamente a la emisión inorgánica de papel moneda.
Si ya se ha adoptado esta medida, el infierno está cerca. Bolivia estaría siguiendo los pasos de Venezuela y Argentina, que, al financiar sus déficits con emisión indiscriminada, condenaron a millones a la miseria.
No podemos repetir esos errores. Aún estamos a tiempo de evitar una catástrofe de grandes magnitudes.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.