Mientras América Latina empieza a dar señales de recuperación económica, Bolivia continúa hundiéndose en el ranking de riesgo país, posicionándose como el segundo peor de la región, solo superado por Venezuela. Con un EMBI (Indicador de Bonos de Mercados Emergentes, el principal indicador de riesgo país) de 1.942 puntos, el país queda a años luz de vecinos como Uruguay y Chile, que registran 85 y 114 puntos respectivamente, y hasta de la ahora sorprendente Argentina, cuyo índice se desplomó a 772 tras el giro político que trajo el gobierno de Javier Milei.
El riesgo país no es un indicador menor ni una curiosidad técnica. Es un termómetro que mide la confianza de los mercados internacionales en la capacidad de un Estado para cumplir con sus obligaciones financieras. Mientras menor el índice, mayores las posibilidades de acceder a financiamiento externo a tasas razonables. Bolivia está en el extremo opuesto: los inversionistas desconfían y los costos de financiamiento se tornan prohibitivos.
Luis Arce se aferra a un modelo económico agotado, basado en subsidios insostenibles, un gasto público descontrolado y un discurso populista que niega la crisis. Esta miopía contrasta de forma alarmante con la estrategia de Argentina, que optó por la consolidación fiscal y reformas de mercado, generando un "shock de confianza" que revitalizó su economía.
En Bolivia, las reservas internacionales están en mínimos históricos, los ingresos fiscales no alcanzan para cubrir el gasto público y el país sigue dependiendo de la explotación de gas natural, un recurso que se agota sin remedio. Esto sin mencionar que las señales de gobernabilidad y estabilidad política son cada vez más débiles, lo que solo refuerza la percepción negativa.
Bolivia no solo enfrenta dificultades para acceder a financiamiento externo, sino que también ve comprometidas sus relaciones comerciales y la inversión extranjera directa, ambas esenciales para la reactivación económica. Además, las empresas bolivianas que dependen de líneas de crédito internacionales deben pagar tasas exorbitantes, lo que las hace menos competitivas.
El contraste con Argentina es revelador. El país, que hace apenas un año era ejemplo de desorden económico, ahora celebra su vuelta a los mercados internacionales. El secreto está en las decisiones. Mientras Milei apostó por reducir el déficit fiscal, dolarizar la economía y abrirse al comercio exterior, Bolivia insiste en subsidios irracionales y medidas proteccionistas que erosionan aún más la economía.
La falta de acción del gobierno boliviano no solo condena al país al aislamiento financiero, sino que también amplifica los problemas sociales. La inflación, el desempleo y la pobreza siguen en ascenso, mientras el gobierno parece más preocupado por preservar una narrativa que por enfrentar la realidad.
Bolivia debe aprender de los errores —y de los aciertos— de sus vecinos. Persistir en un modelo caduco no solo profundiza la crisis, sino que aleja al país de cualquier posibilidad de recuperación.