Bolivia hace el ridículo llevando los partidos de las eliminatorias a más de cuatro mil metros de altitud, con la absurda convicción de que asfixiar a los rivales es el mejor aliado para clasificar al Mundial de fútbol. Mejorar en el deporte, crear divisiones inferiores o hacer un trabajo de base no está en los planes, teniendo a mano una “solución” muy típica de estas tierras, que consiste en hacer todo, menos lo correcto.
Debe ser el único país del mundo que tortura con tanto ahinco a sus ciudadanos para tramitar un carnet de identidad. Se exige una partida de nacimiento actualizada, con sello seco, legalizada, junto con una interminable lista de requisitos. Además, se cobra por todo y por nada, y al final, el dichoso documento no vale un comino, porque en cada repartición pública pedirán una fotocopia debidamente autenticada por la autoridad competente.
Montar un negocio legal es todavía más complicado. Quien opta por la formalidad lo hace por inclinaciones masoquistas. Son cientos de pasos los que hay que seguir y decenas de oficinas las que hay que visitar. Al final, exigen incluso una licencia ambiental para una imprenta o un salón de belleza, situados en un mercado completamente contaminado por basura y aguas servidas. Paradójicamente, ambas actividades pagan impuestos que deberían destinarse a recoger la basura que arrojan quienes no pagan ni un centavo.
En Bolivia se bloquea para que se desbloquee, se realizan “paros movilizados” y todos dicen luchar “hasta las últimas consecuencias”. A este ritmo, el país se encamina hacia una situación terminal. En el día del peatón no hay transporte público y la gente usa sus automóviles particulares para ir a sitios especiales para caminar; las obras inconclusas se inauguran varias veces; se destruye al que alimenta el país y se mata a la gallina de los huevos de oro “por cuestiones estratégicas”.
El tamaño actual del Estado está sobredimensionado cinco o seis veces. Los 500 mil empleados públicos viven de los impuestos generados por un pueblo que hoy está paralizado por la falta de dólares y combustible. El gobierno se niega a despedir a un solo burócrata, pero al hacerlo está destruyendo el aparato productivo que sostiene la estructura estatal. Las autoridades insisten en endeudarse hasta el infinito, pero solo logran incrementar el “riesgo país”, que no solo espanta las inversiones, sino que marca con un sello rojo cualquier posibilidad de crédito.
¿Desaparecerán las colas para conseguir combustible? Claro que no. Por la manera en la que se está implementando, la libre importación y comercialización creará un caos en los surtidores. Habrá mangueras conectadas al carburante subsidiado y otras al de “valor comercial”. Un día venderán gasolina “barata” y al siguiente, “de la otra”. Habrá dos tipos de filas, cupos, autorizaciones… Nadie lo sabe. Todo puede ocurrir en “Bolivialandia”.