Bolivia no camina hacia un precipicio económico; ya tiene un pie en el abismo y el otro tambaleando. Según Juan Pablo Spinetto, de Bloomberg, el panorama del país combina inevitabilidad con tragedia: reservas internacionales en mínimos históricos (apenas el 10% de su pico en 2014), un tipo de cambio que es un espejismo y una inflación que amenaza con desbordarse. Todo apunta a una tormenta perfecta de devaluación, impago y caos.
Es imposible analizar esta debacle sin volver a los años dorados del superciclo de las materias primas, cuando Evo Morales disfrutó de un crecimiento del 5 por ciento anual y se dio el lujo de gastar como si la fiesta nunca fuera a terminar. El problema no fue la bonanza, sino la resaca: el despilfarro, el desprecio por la inversión privada y la falta de visión sembraron las semillas de esta crisis. Hoy, ese modelo económico, que alguna vez fue aplaudido por los ingenuos, es poco más que una ruina con una placa de bronce.
Luis Arce, arquitecto de aquel falso "milagro económico", ahora intenta mantener en pie una estructura que colapsa bajo su propio peso. Ha probado de todo: cortejos a petroleras extranjeras, liberalización tímida del mercado de combustibles y pequeños ajustes en políticas económicas. Pero, como advierte Spinetto, todo llega tarde y sin la contundencia necesaria para frenar el desplome.
Lo que Bolivia necesita es un golpe de timón tan drástico como impopular: recortes fiscales brutales, una devaluación inevitable y renegociaciones con el FMI. Pero pedirle eso a un gobierno socialista que se desangra en una lucha interna entre Arce y Morales es como esperar que un barco en llamas cambie de rumbo. Cada día de inacción no solo encarece el precio económico, sino que reduce la poca estabilidad política que le queda al régimen.
Mientras tanto, el país avanza a la deriva. Por un lado, está la fantasía de un salvavidas chino o algún milagro geopolítico; por otro, la posibilidad de un ajuste económico que podría incendiar las calles. La realidad, sin embargo, es menos esperanzadora: Bolivia está atrapada en un ciclo de malas decisiones, sin liderazgo que inspire confianza y con una oposición más desarmada que nunca.
El espejo argentino de Javier Milei sugiere que el colapso puede ser el caldo de cultivo para un outsider que sacuda el tablero. Pero también existe el riesgo de que Bolivia siga los pasos de Venezuela, abrazando un modelo aún más autoritario que prolongue el sufrimiento.
El pronóstico de Spinetto no deja lugar para el optimismo: la devaluación llegará, tarde o temprano, con toda su crudeza, quizás después de las elecciones de 2025 o 2026. Lo que ocurra después dependerá de si el país encuentra un liderazgo capaz de reconstruir desde las cenizas o si decide seguir alimentando las mismas dinámicas que lo llevaron al desastre.
En este punto, la inacción ya no es una opción. Bolivia enfrenta un momento de definiciones. O toma las decisiones necesarias, por más dolorosas que sean, o acepta la caída definitiva al abismo. Si algo está claro, es que el futuro, como el presente, es lapidario.
La inacción ya no es una opción. Bolivia enfrenta un momento de definiciones. O toma las decisiones necesarias, por más dolorosas que sean, o acepta la caída definitiva al abismo. Si algo está claro, es que el futuro, como el presente, es lapidario.