Ah, nuestro querido país, ese lugar mágico donde las leyes son más flexibles que los horarios y precios de los minibuses. La norma electoral dice que nadie, absolutamente nadie, puede hacer campaña presidencial antes de que el OEP dé luz verde. Claro, porque aquí las leyes son sagradas… ¿o no? Veamos el artículo 13 de nuestra "intocable" normativa electoral:
"La propaganda electoral se podrá realizar únicamente en los siguientes períodos: a) En actos públicos de campaña, desde noventa (90) días antes de los comicios, hasta setenta y dos (72) horas antes de la jornada electoral."
Fácil, ¿verdad? Pues parece que algunos políticos tienen problemas de lectura o, peor aún, un nivel de descaro que podría dar cátedra. En los últimos días, hemos sido “bendecidos” con espectáculos dignos de circo: pancartas, arengas, TikToks, programas de gobierno, promesas y una sarta de discursos que solo confirman que aquí nadie respeta nada. ¡Qué sorpresa!
¿Y cómo justifican sus actos? Muy al estilo de Evo Morales, con esa filosofía tan nuestra de “meterle nomás; después vemos cómo arreglamos” o, peor aún, “no soy candidato, después veremos”. Qué nivel de originalidad. Al final, los "pícaros" no necesitan defensa porque se delatan solitos. Se les ve venir desde lejos, como caballos blancos… aunque a veces parecen más burros disfrazados.
Lo preocupante no es solo el descaro de estos personajes, sino el ambiente que han creado. Un ambiente que continúan justificando, donde la ausencia de valores y principios permite hacer de todo. Treinta años de hipocresía; treinta años de las mismas caras (más avejentadas, obviamente) y las falsas promesas de estos políticos tóxicos que nos han enseñado una dura lección: cuando se trata de poder, el único objetivo es uno mismo. ¿Y nosotros, los bolivianos? Seguimos esperando milagros mientras ellos se ríen en nuestras narices y adaptan su discurso a lo que la gente quiere oír. Ahora, incluso, algunos se presentan como grandes liberales, porque así lo demanda el mercado. Es para reírse, pero es verdad.
Qué curioso, ¿no? Los mismos nombres de siempre—Mesa, Tuto, Doria Medina, Manfred y, por supuesto, Evo—siguen apareciendo como fantasmas del pasado. ¿Será que no hay nadie más? ¿O es que estamos condenados a elegir siempre entre el “menos peor”? Ellos fingen sinceridad con la misma habilidad con la que prometen cambios que nunca llegan. Al final, lo único que ha cambiado en las últimas tres décadas es el tamaño de sus cuentas bancarias.
Y aquí estamos, esperando que las máscaras caigan… aunque tal vez sea demasiado tarde. Dicen que la verdad siempre sale a la luz. Pero para cuando eso pase, tal vez ya hayan convencido a suficientes incautos para perpetuar el mismo juego.
Bolivia, despierta. Los falsos líderes no nos llevarán a la libertad ni al cambio, solo a un ciclo interminable de decepción. Si seguimos dejándonos manipular por los mismos de siempre, el futuro que queremos para nuestros hijos seguirá siendo eso: un sueño lejano.
Tenemos una oportunidad para un cambio real. Es hora de levantar la mirada y darnos cuenta de que hay un país más allá de los mismos rostros desgastados que nos han prometido el cielo y nos han dejado con un paisaje desolador.
En medio de la podredumbre política, hay nuevas caras: hombres y mujeres que no solo hablan de cambios, sino que los practican en su vida diaria. Personas que saben lo que es generar trabajo, crear riqueza y entender que el progreso no se logra desde un escritorio, sino con esfuerzo y visión.
Son aquellos que han levantado empresas en un entorno hostil y saben lo que significa ser perseguidos por un sistema que favorece al mediocre, al corrupto y al oportunista. Estas personas representan la antítesis de los que, por años, han querido ser dueños de un país entero, aferrándose al poder porque no saben hacer nada más que vivir de la plata del Estado.
Cambiar de mentalidad no es solo un acto de rebeldía; es una oportunidad para reconstruir nuestro futuro. Es un paso hacia un país que recupere la dignidad, los valores y los principios que alguna vez nos definieron como pueblo. Un país donde no tengamos que ver a nuestros hijos crecer en un entorno de desesperanza, sino en uno de oportunidades reales.
Darles una oportunidad a estas nuevas caras no es un salto al vacío; es un acto de justicia hacia nosotros mismos. Es reconocer que el poder no debe estar en manos de los mismos de siempre, sino en aquellos que entienden lo que significa luchar, crear y construir.
Bolivia necesita un cambio verdadero, y ese cambio empieza con nosotros. Con nuestra capacidad de identificar a quienes realmente tienen las herramientas para liderar, con nuestra decisión de cerrar el capítulo de los que han traicionado nuestra confianza y abrir uno nuevo. Un capítulo donde el trabajo, la ética y la visión sean los pilares de un futuro que valga la pena para nuestros hijos y para todos nosotros.
El cambio es posible. Pero está en nuestras manos decidir si seguimos alimentando el círculo vicioso o nos atrevemos a soñar con un país diferente, un país digno, un país nuestro.