El gobierno reconoce que existen 250 pasos ilegales en la frontera del país, por donde están saliendo miles de toneladas de alimentos y otros productos hacia países vecinos, especialmente hacia Perú y Argentina.
También admite que los precios están mucho más altos en aquellas naciones, donde además, existe abundancia de dólares y pagan en billetes verdes a los comerciantes, que han encontrado la fórmula para proveerse de las divisas que han desaparecido de Bolivia. De esa manera pueden seguir importando productos, pagando proveedores y haciendo negocios, pues como bien lo dijo una vendedora de abarrotes en La Paz, “nosotros buscamos de donde sea para poder vender, de eso vivimos”.
Hasta no hace mucho, cuando el estado todavía disponía de recursos para comprar caro y vender barato, para contener la inflación y seguir dando la idea de estabilidad, la escasez de alimentos no se notaba. Hoy no sólo falta plata, sino que tampoco hay combustibles para producir, no hay dólares y por lo tanto la cosecha se ha ido abajo, por culpa también de los factores climáticos, la inseguridad jurídica, los avasallamientos y la hostilidad del gobierno hacia los productores.
La convergencia de factores inflacionarios es tan grande, que obviamente la situación se está desbordando y el gobierno piensa ingenuamente cree que podrá seguir manteniendo su esquema, obligando a las industrias a vender a un precios tope, prohibiendo las exportaciones (¡qué beneficio tan grande para los contrabandistas y especuladores!) y desplegando miles de militares a las zonas fronterizas.
La falta de sentido de realidad de Luis Arce lo lleva a batirse en duelo contra leyes económicas elementales que no han sido vencidas por nadie en este mundo, ni siquiera por potencias como la Unión Soviética o Estados Unidos, que fracasó estrepitosamente cuando impuso la prohibición de la venta de bebidas alcohólicas en los años 30.
Cuando existe fuerte demanda de un producto, como la que se está dando en los países vecinos, que pagan mejor y en dólares, no existe poder humano, militar o logístico que sea capaz de detenerla. Y cuando el gobierno mete fuerza, no hace más que agravar las cosas, pues el riesgo le agrega un “impuesto” más al producto. Controlar a las industrias legales es muy fácil, pero nadie ha podido jamás contra los mercados paralelos, que ganan más en situaciones adversas. El hecho es que la unión de la oferta y la demanda no se puede manipular por decreto, a no ser que Arce quiera llegar a los extremos de Cuba y, por supuesto, aceptar las consecuencias.
Lamentablemente, Arce se ha decidido por el camino difícil, por una ruta imposible y catastrófica. Quiere librar una pelea que nadie ha ganado y que ha dejado estelas de calamidad en el mundo. La escasez tiene una sola solución y es la libertad para producir, vender y satisfacer la demanda. Imponer precios máximos es la receta perfecta para la calamidad, la hambruna y la crisis humanitaria. Estamos cerca.