¡Qué lindo es ser de izquierda! Hay algo reconfortante en levantar banderas justicieras, en prometer igualdad para todos y en pintar un mundo ideal donde la distribución es mágica y los ricos son los malos de la película. No hace falta complicarse demasiado. El discurso, por suerte, ya viene empaquetado, listo para ser repetido en cualquier tertulia o tribuna.
Ser de izquierda es hermoso porque no
necesitas llevar el peso de la responsabilidad individual. No hay que
arriesgarse, ni esforzarse por sobresalir. Es suficiente con indignarse,
reclamar y señalar con el dedo a los grandes culpables: los capitalistas, los
empresarios, el imperio, el neoliberalismo y cualquier pobre diablo que haya
tenido el atrevimiento de prosperar. ¡Qué egoístas los que arriesgan su tiempo,
dinero y energía para construir algo! Ellos son los villanos modernos.
El mundo de izquierda está lleno de poetas y
artistas incomprendidos. Leer versos que critican al sistema es un acto
revolucionario; no hace falta cambiar nada, solo admirar cómo las palabras
denuncian a "los opresores". Y si podemos acompañarlo de una guitarra
y un café en una reunión bohemia, mejor aún.
Por supuesto, lo lindo de ser de izquierda es
la promoción de la gratuidad. Todo gratis. Educación gratis, salud gratis, subsidios
y más subsidios. Qué importa cómo se financie todo eso. Los ricos que paguen,
total, ya tienen suficiente. Y si los ricos se van o quiebran, no pasa nada; la
imprenta de billetes seguro soluciona el problema.
En el universo progresista, todo es más
simple. El futuro no preocupa, el presente es lo único que cuenta. La idea de
vivir el ahora, sin preocuparse por las consecuencias a largo plazo, es casi
poética. Los sistemas productivos y la libertad individual son conceptos
aburridos del capitalismo. Eso de tomar decisiones personales, arriesgarse y
esforzarse para progresar suena demasiado severo. La libertad, después de todo,
es agotadora cuando se la usa para algo más que criticar.
En cambio, ser de izquierda te convierte en un
verdadero justiciero. La postura moral está garantizada: amas a los pobres,
defiendes al oprimido y denuncias la avaricia ajena. La pobreza, a fin de
cuentas, es una virtud; querer salir de ella a través del esfuerzo individual
es egoísmo capitalista. ¡Qué falta de sensibilidad la de quienes promueven el
trabajo duro y el progreso!
Por eso, frente a un capitalismo que promueve
la autonomía, el riesgo y la libertad, ser de izquierda es mucho más atractivo.
Es políticamente correcto. Es un refugio cómodo. No se necesita proponer soluciones
prácticas ni lidiar con la realidad de la naturaleza humana. Solo hay que
repartir lo ajeno, admirar a los hippies y recitar un par de consignas de
justicia social.
Ser de izquierda es lindo, sin duda. Es como vivir en un poema donde todo parece justo, aunque nada funcione y todo termine en tragedia.
Frente a un capitalismo que promueve la autonomía, el riesgo y la libertad, ser de izquierda es mucho más atractivo. Es políticamente correcto. Es un refugio cómodo. No se necesita proponer soluciones prácticas ni lidiar con la realidad de la naturaleza humana. Solo hay que repartir lo ajeno, admirar a los hippies y recitar un par de consignas de justicia social.