América Latina continúa atrapada en el círculo vicioso de la miseria. Más de 200 millones de personas en la región viven en la pobreza, y cerca de 100 millones en condiciones de pobreza extrema, según un reciente informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Esta situación no es producto de una simple coyuntura económica, sino de décadas de modelos políticos y económicos que han fracasado en generar las condiciones necesarias para el desarrollo.
Uno de los principales factores es la prevalencia de regímenes estatistas, intervencionistas y populistas que han dominado el panorama político desde los inicios de la vida republicana. Desde el peronismo en Argentina, el castrismo en Cuba, el chavismo en Venezuela, hasta el masismo en Bolivia, las políticas basadas en el control estatal, el asistencialismo y la redistribución han sido la norma. Estos modelos han resultado en economías debilitadas, instituciones erosionadas y una dependencia crónica del estado de amplios sectores de la población.
En contraste, países como Chile, Uruguay y Costa Rica, que han apostado por el libre mercado y han mantenido instituciones más estables, han logrado avances significativos en la reducción de la pobreza. Chile redujo su pobreza de manera drástica impulsado por la apertura comercial y la promoción de la inversión privada, enfoque ha demostrado ser mucho más efectivo para generar prosperidad que los modelos estatistas predominantes en la región.
La experiencia de China también ofrece lecciones valiosas. Aunque sigue siendo un estado comunista, el país logró sacar a más de 800 millones de personas de la pobreza en solo 30 años al implementar reformas orientadas al mercado y abrir su economía al comercio global.
Los gobiernos de América Latina siguen siendo reacios a adoptar modelos basados en la libertad económica. La región continúa priorizando políticas de corto plazo que buscan satisfacer demandas populistas inmediatas, como los subsidios masivos y las transferencias condicionadas, en lugar de abordar las causas estructurales de la pobreza.
El informe del BID también revela que la pobreza extrema en la región tiende a ser crónica. Un 88% de los hogares en esta situación permanecen en ella durante largos periodos, lo que subraya la necesidad de soluciones sostenibles y a largo plazo. Además, la mayoría de los pobres extremos residen en zonas urbanas, mientras que en Bolivia y Guatemala, la pobreza extrema está más concentrada en las zonas rurales, donde la falta de infraestructura y servicios básicos exacerba la situación.
Un ejemplo especialmente dramático es Venezuela, donde la pobreza extrema pasó del 65% en 2003 al 71% en 2023. Este colapso económico y social es una advertencia de los riesgos de las políticas estatistas llevadas al extremo.
Si quiere cambiar radicalmente esta situación, América Latina debe abandonar su hostilidad hacia la libertad económica y abrazar un modelo basado en la promoción del emprendimiento, la inversión privada y el fortalecimiento de las instituciones democráticas. La prosperidad no se logra a través de la dependencia del estado, sino mediante la generación de oportunidades que permitan a las personas tomar el control de sus propias vidas.