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Dos placas tectónicas geopolíticas en movimiento

Dos placas tectónicas geopolíticas en movimiento
Oscar Antezana Malpartida | Columnista
| 2025-01-10 00:04:00

Lo que está sucediendo hoy en Medio Oriente, y entre Rusia y Ucrania, se entiende como una lucha por dos nuevos órdenes regionales y se van perfilando ganadores y perdedores.

Rusia conquistó Crimea de Ucrania en 2014 y en febrero del 2022 invadió el país. Después de casi tres años de guerra se apoderó de 18% del territorio del este de Ucrania. Como producto de esta agresión, Rusia ha unificado a la OTAN y a los países de la Comunidad Europea (CE). Algunos de los miembros del nuevo flanco oriental de la OTAN como Estonia, Letonia, Lituania y Polonia se están fortaleciendo militarmente; Francia, Alemania, el Reino Unido y EE.UU. han aumentado su presencia militar en esos países. Suecia y Finlandia son ahora miembros de la alianza. La defensa del liberalismo y la democracia es lo que los ha unido. Sin embargo, existe un surgimiento de movimientos hacía una democracia más bien iliberal y, con ello, una cercanía política con Putin. En esa línea, el Presidente-electo Trump, que es parte de esa corriente, ha advertido además la posibilidad de no apoyar más a Ucrania y terminar la guerra en 24 horas. Esa combinación apuntaría a una clara victoria de Rusia. Sin embargo, Trump no querrá que lo perciban como si se hubiese entregado a Putin. Trump es mercurial, pero su ego no.

La economía rusa está hipotecada a la guerra (un porcentaje significativo de su base industrial está destinada a su maquinaria bélica). Recurrir a presidiarios y soldados norcoreanos es una fuerte indicación de la necesidad de fuerza laboral. El desempleo en Rusia es de 2,3%. (Me imagino que Putin estaría agradecido si gran parte de los funcionarios públicos de Bolivia, empezando por el Presidente, que pueden ser medio millón de personas, más los habitantes de la republiqueta del Chapare, con armas y todo, se unieran a los soldados norcoreanos). La inflación se dispara. Para proteger el rublo, las tasas de interés están en alrededor de 21% pero contribuyen a una mayor caída de la inversión (además de la casi nula inversión de los países del Occidente). Esta combinación de menos inversión y falta de mano de obra está pasando un alto costo a la economía rusa. La necesidad de mantener el valor del rublo para poder pagar por importaciones cruciales es una gran vulnerabilidad para financiar la guerra. En ese sentido, Putin más bien puede estar esperanzado de que Trump termine la guerra de una vez.

Al presente, parece que: Rusia no obtendrá una clara victoria (positivo en lo territorial y posiblemente también geopolítico, pero negativo en lo militar, económico y político); el saldo en Ucrania sería negativo (con pérdida territorial y de infraestructura), pero posiblemente fortalecido en lo económico y político en el mediano plazo; los países del Occidente terminarían algo fortalecidos (una OTAN más unida, fortalecida y expandida, y con menor o ninguna dependencia de energía rusa).

En Medio Oriente, retrocedemos a octubre de 2023 cuando Hamás agredió a Israel. Lo acontecido en estos quince meses han producido tres visiones contrapuestas para el orden regional en el área que luego fracasaron: la visión de Hamás, la visión iraní de Hezbolá y la visión estadounidense. Hamás intentó iniciar una guerra en múltiples frentes destinada a destruir a Israel. Irán, junto con su representante Hezbolá, aspiraba a una guerra de desgaste que provocaría el colapso de Israel y expulsaría a Estados Unidos de la región. Estados Unidos, que respaldaba firmemente a Israel, esperaba una estabilidad regional basada en nuevas posibilidades políticas para israelíes y palestinos, la normalización entre Israel y Arabia Saudita y un pacto de defensa entre Washington y Riad. Sin embargo, Hamás, Hezbolá e Irán juzgaron mal la fuerza de las Fuerzas de Defensa de Israel, la sociedad israelí y la alianza entre Estados Unidos e Israel. Estados Unidos sobreestimó su capacidad para influir en el enfoque de Israel respecto de la guerra en Gaza y no hizo frente lo suficiente a la amenaza regional planteada por Irán.

El fracaso de estas tres visiones abrió la puerta a una cuarta más realista: una visión israelí. En los últimos meses, Israel comenzó a ejercer su poder para remodelar el Medio Oriente. Eliminó las capacidades militares de Hamás y, rompiendo su propio enfoque de disuasión de larga data, decapitó a los dirigentes de Hezbolá y obligó al grupo con sede en el Líbano a aceptar términos de alto el fuego a los que se había resistido durante mucho tiempo, dejando a Hamás aislado y a Irán sin su representante más capaz. Cualquier poder militar de Hamás y Hezbolá fueron diezmados. Israel también ha llevado a cabo ataques sofisticados dentro de Irán que desnudó y dañó la defensa antiaérea de este país. El derrocamiento oportunista del régimen de Assad en Siria a manos de fuerzas rebeldes puede entenderse, en parte, como un intento de aprovechar el debilitamiento del poder regional iraní por parte de Israel. Este último invadió territorio neutral para instalar sistemas de inteligencia y alerta.

En el presente, Israel está remodelando Oriente Medio mediante operaciones militares. Sin embargo, no debe intentar imponer su visión de un nuevo orden regional por sí solo. Necesita la aceptación de Estados Unidos, Arabia Saudita, Jordania, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, así como de Alemania y el Reino Unido, incluso cuando la política exterior estadounidense experimenta su propio realineamiento bajo el presidente electo Donald Trump.

En este reordenamiento regional saldrían favorecidos Israel, Estados Unidos y varios países árabes; los claros perdedores serían Irán, Rusia y Siria.

Oscar Antezana Malpartida | Columnista