Hay muchas burlas acerca de los subsidios, la mejor forma que tienen los regímenes socialistas para debilitar a una sociedad sin que se de cuenta. Además, la gente lo agradece y los políticos siempre quedan bien, aunque todos terminan pasando hambre. No hay nada más fascinante que la satisfacción de que todos están en medio del fango, nadie más hundido que otro. Nada más gratificante que recibir un premio a la mediocridad del estado, el maestro de la ceremonia del fracaso colectivo. Pero en Bolivia, la estupidez llega a extremos surrealistas. El gobierno compra combustible caro para vender barato y no sólo eso, pues algunos vivos venden ese mismo producto en los mismos países de procedencia. Ahí no termina el asunto. Luis Arce le pone tope al precio de la harina y con ello desincentiva la siembra de trigo. Escasea el producto, sube el pan, decreta subsidio y nuevamente los vivillos recurren al bicicleteo. Eso mismo sucederá ahora con el azúcar, la manteca de cerdo, la levadura, además de otros artículos que se vienen subvencionando hace años.