Omar Jesús Gómez Graterol.
Tuve la fortuna de instruirme en una universidad pública donde el Estado se encargaba de financiar el valor de la matrícula de cada uno de los estudiantes que acudíamos a dicha institución. Éramos una gran cantidad por lo que la consabida inversión era elevada, pero se hacía con la finalidad de que se profesionalizara parte de la ciudadanía, aspecto que más adelante redundaría positivamente en la sociedad. La cifra destinada a esta acción de enseñanza se incrementaba exponencialmente si se toma en cuenta que eran numerosos los establecimientos universitarios que se sujetaban a estas políticas.
El pensum académico de las diferentes carreras estaba diseñado de tal modo que se realizaran en un mínimo de cinco y en un máximo de siete años (fuera de situaciones que paralizaran los centros educativos por razones ajenas a la voluntad del estudiantado). Sin embargo, para la época frecuentemente fui testigo de personas que se inscribían desertando a los pocos meses porque se aburrieron o era mucho tiempo según su apreciación. Asimismo, hubo quienes abandonaban materias porque no les gustaba el profesor, se ponían difíciles o les parecía tediosas, lo que significaba que tardarían más en culminar su proceso formativo. En este sentido, ciertos alumnos permanecían quinquenios en la entidad sin preocuparse por el hecho de que su demora detenía el ingreso de nuevos aspirantes a profesionistas.
Un compañero médico, que trabaja en un ente de salud del gobierno, comenta cómo un alto porcentaje de las fórmulas que se regalan a los pacientes, con el objeto de que preparen sueros o soluciones hidratantes, son tiradas en las adyacencias del recinto sin el menor remordimiento. Se observan dependencias gubernamentales con espacios donde están encendidas las luces o los equipos sin que exista en el momento alguien que se beneficie de ello. Similar rumbo tiene un sinfín de otros insumos, colaboraciones o ayudas que se entregan sin una contraprestación.
Se traen a colación las anteriores anécdotas con el propósito de ilustrar un concepto que en la mayoría de los países y diversos gobernantes asumen como indicador de una gestión exitosa, el flamante vocablo “GRATIS”. Esta táctica resulta perniciosa tanto para las economías como para los ciudadanos si no se ejecuta adecuadamente. Por eso, sigue siendo complicado entender que funcionarios se vanaglorien de recurrir excesivamente a esto.
Lo “gratuito” es una práctica a la que siempre es necesario apelar en contextos especiales. Es decir, en cuestiones de grupos conformados por individuos que estén impedidos de conducirse por sí mismos o en escenarios tan desventajosos que se debe intervenir para procurarles igualdad de oportunidades ante sus semejantes (ancianos desvalidos o niños huérfanos, por mencionar algunos). Del resto, hay otras estrategias factibles orientadas a favorecer a aquellos que no gozan de circunstancias que propicien su desarrollo, pero poseen un mínimo de cualidades físicas e intelectuales para forjar un mejor porvenir.
En tales casos se les concederían, por ejemplo, precios simbólicos muy por debajo del costo real del bien o servicio que requieran, debido a sus condiciones. También, se les puede apoyar con becas o subsidios para que aprovechándolos accedan a posibilidades que les permitan calidad de vida. En el asunto del perpetuo educando (arriba reseñado) se mantendría la opción de gratuidad en la primera ocasión que cursen, pero en las posteriores y sin argumentos justificables de su deserción, se les multaría por causar perjuicios a terceros.
La idea es nunca introducir en la población la errada creencia de que las cosas no valen, que los recursos no se agotan o que habrá una nación asistencialista esperando a que sus habitantes tomen conciencia del mal uso que hacen de los mismos para mejorar sus comportamientos. Lo regalado, por lo general y aparte de los vicios que conlleva, fomenta en la gente una actitud indolente frente al gasto o el uso eficaz, efectivo y eficiente de las finanzas estatales. Lo expresado puesto que simplemente: Lo que nada nos cuesta, ¡hagámoslo fiesta!