Luis Arce pide un pacto social para celebrar en paz el bicentenario de la fundación de la república, pero él no hace más que seguir trabajando en el armado de una bomba de relojería que estallará en cualquier momento y que amenaza con destruir lo poco que hemos logrado en estos 200 años.
Lo único que hace el gobierno es perforar
cada día un hueco, y terminará hundiendo el barco más temprano que tarde con un
saldo devastador que, además de dejar al país en ruinas, será nefasto por sus
consecuencias sobre la estabilidad y la paz social.
Bolivia ya no tiene plata y no hay forma
de sustituir los recursos que generaba el gas, aunque Choquehuanca diga que la
coca puede ser una buena alternativa. Ni siquiera el narcotráfico podría
salvarnos, mucho menos el litio, el oro o cualquier otro recurso. Para colmo,
el sector agropecuario, la única fuente de divisas de la que disponemos hoy, es
blanco de la peor hostilidad que se haya visto, lo que nos está llevando
indefectiblemente a un inédito desabastecimiento de comida.
Arce quiere controlar los precios, se
estrella contra los arroceros, los productores de aceite y los avicultores,
pero no puede hacer nada contra los intermediarios que llevan todo a las
fronteras y se lo venden más caro a los argentinos y peruanos, que además pagan
en dólares. No contento con criminalizar a los productores y desalentarnos a
incrementar sus inversiones, el régimen recurre a los subsidios, pero ese
mecanismo pronto caerá en saco roto, cuando las arcas queden absolutamente
vacías.
Mientras Arce se niegue a modificar el
tipo de cambio, nuestros vecinos seguirán comprando copiosamente en el
territorio nacional, y los bolivianos no tendrán qué echarle a la olla, pues
los billetes que imprime como loco el Banco Central no se pueden comer, cada vez
valen menos y la escasez agudiza la inflación.
La otra gran perforación en la que
insiste Arce es la creación de empresas estatales, que provoca una enorme fuga
de dinero que debería ser usado para incentivar la producción y la creación de
empleos reales. La mentira de la industrialización es una cantaleta que
sepultará a Bolivia en un pozo de chatarra inservible y muy costosa.
Lo más agresivo que hace el mandatario
contra los bolivianos es mantener intacto el inmenso aparato estatal, que se
come el presupuesto, agiganta el déficit fiscal y aniquila la sostenibilidad
del país. Seguir gastando, tirando el dinero en proyectos inservibles,
derrochando en aventuras alocadas es un gesto de violencia de Arce hacia la
población, que abiertamente rechaza esa política suicida.
Si Arce quiere que los bolivianos nos matemos por un pedazo de pan, si realmente está buscando que haya esa dichosa “guerra civil” que tanto han pregonado, si pretende que surjan mafias, grupos armados, pandillas como las de Venezuela y Haití, si su objetivo es que Bolivia se hunda en el caos, que continúe con su modelo económico fracasado, la mayor fuente de odio y de división entre compatriotas.