La relación de América Latina con Estados Unidos es una de las mayores contradicciones de la geopolítica moderna. Mientras algunos gobiernos de la región hacen de la retórica antiimperialista su bandera política, lo cierto es que la dependencia económica de EE.UU. sigue siendo incuestionable. Esta paradoja se intensifica cuando, a pesar del discurso de confrontación, los países latinoamericanos continúan exportando masivamente a la potencia norteamericana y recibiendo miles de millones de dólares en remesas que sostienen sus economías.
Los datos son contundentes. Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial de América Latina con exportaciones superiores a los 600 mil millones de dólares, mientras que las ventas estadounidenses a la región no llegan a los 500 mil millones, según la Cepal.
México es el caso más evidente de esta interdependencia: el 81% de sus exportaciones tienen como destino Estados Unidos. Otros países como Colombia (29%) y Haití (84,2%) también dependen en gran medida de la economía estadounidense.
La narrativa antiimperialista es utilizada como estrategia política para movilizar a sus bases. Sin embargo, estos mismos países no dudan en beneficiarse de las ventajas comerciales que les brinda el mercado estadounidense.
Si bien EE.UU. sigue siendo el principal socio comercial de América Latina, China ha avanzado significativamente. Para 2024, la Cepal proyecta un crecimiento del 6% en las exportaciones de la región hacia China, frente a un 4% hacia EE.UU. Este cambio refleja el creciente interés del gigante asiático en consolidarse como el principal actor económico en América Latina, especialmente en Brasil, Chile y Perú, donde ya absorbe una parte significativa de sus exportaciones.
Sin embargo, la diversificación de mercados no es necesariamente una estrategia fácil de implementar. América Latina sigue dependiendo en gran medida de la exportación de materias primas y commodities, lo que la hace vulnerable a la volatilidad de los precios internacionales. La solución no está solo en abrir nuevos mercados, sino en agregar valor a los productos exportados y ampliar la oferta con bienes industriales y tecnológicos.
La hostilidad hacia Estados Unidos choca con la realidad económica de América Latina. La región sigue beneficiándose enormemente del comercio con EE.UU., de las remesas enviadas por los migrantes y de la cooperación estadounidense en múltiples frentes. A pesar de ello, persisten las políticas que buscan debilitar los lazos con Washington y fortalecer relaciones con regímenes autoritarios que no ofrecen ni el mismo nivel de intercambio comercial ni el mismo compromiso con el desarrollo regional.
Con la llegada de Donald Trump al poder, la complacencia de EE.UU. con algunos gobiernos latinoamericanos podría llegar a su fin. El endurecimiento de las políticas migratorias y comerciales pondrá a prueba la verdadera independencia económica de la región. ¿Seguirán los países latinoamericanos criticando a EE.UU. mientras dependen de él? La respuesta a esta pregunta definirá el rumbo de la relación entre la región y la principal potencia económica mundial en los próximos años.
Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial de América Latina con exportaciones superiores a los 600 mil millones de dólares, mientras que las ventas estadounidenses a la región no llegan a los 500 mil millones, según la Cepal.