Me han pasado últimamente algunas cosas que estoy interpretando como señales de que debo tocar este tema. Una de ellas es, incluso, el inquietante cuestionamiento que me hicieron sobre “y qué pasaría si me confieso y luego me suicido”. Como siempre suelo abordar los temas espirituales, lo haré hablando desde varios puntos de vista, principalmente el religioso. En esta primera entrega he de enfatizar que la Iglesia trata este tema desde su esencia, fundada por quien es, esencialmente, Amor, y llama a ver esto desde esa perspectiva. La Iglesia se opone al suicidio porque por revelación sabe que Dios es quien da la vida y quien sabe, por tanto, cuánto ha de durar. Suicidio y aborto son oposiciones a los planes de Dios.
Algunos santos católicos han abordado el tema del suicidio en sus enseñanzas y escritos. La postura definitiva la da el Magisterio, pero aquí tenemos algunas consideraciones que han hecho algunos santos:
San Agustín (354-430) reflexionó sobre el suicidio en su obra "La Ciudad de Dios". Si bien reconoció que el suicidio es un acto grave, él enfatizó la importancia de la misericordia y el juicio de Dios, que son perfectos, y solo conocidos por Él.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) abordó el suicidio en su "Suma Teológica". Consideró que el suicidio es un pecado contra uno mismo, contra la sociedad y contra Dios. Aún así reconoció que la responsabilidad moral de este acto puede verse disminuida por factores como la enfermedad mental o la desesperación.
Santa Teresa de Calcuta (1910-1997) trabajó con personas que se encontraban en situaciones de gran sufrimiento y desesperación. Si bien no abordó directamente el tema del suicidio en sus escritos, su vida y ejemplo transmiten un mensaje de amor, compasión y esperanza para aquellos que luchan contra la desesperación.
El Catecismo de la Iglesia Católica (1992) aborda el tema del suicidio en los numerales 2280-2283 (de esto ampliaremos la idea), pero por ahora diré que sostiene que "nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente". Aún así, toca ampliar el tema y hablarlo con detenimiento, porque se debe hablar de que "trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida", y de que "no se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida".
En resumen, y como primera y esencial idea: debe quedarnos muy claro que la Iglesia Católica enseña que sólo Dios conoce el corazón y la conciencia de cada persona. Por lo tanto, no se puede juzgar la salvación de alguien que se ha suicidado, así que invita a orar por estas personas y a confiar en la misericordia de Dios, y también por aquellas que pueden estar considerando la idea, incluso sin dar señales de ello. En la próxima entrega hablaré de sus consecuencias. Dios con nosotros.