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Cuando una persona enfrenta una enfermedad terminal, la angustia se convierte en una compañera constante. No solo el dolor físico afecta su bienestar, sino también el sufrimiento psicológico que surge ante la incertidumbre, el miedo y la despedida inminente. Para el paciente, la sensación de pérdida es abrumadora: pierde su salud, su independencia y, en muchos casos, la esperanza de un futuro. Esta realidad genera ansiedad, tristeza y, en algunos casos, depresión, pues sabe que su cuerpo está fallando y que su tiempo es limitado.
El dolor físico es una de las principales preocupaciones en la fase terminal de una enfermedad. Aunque existen tratamientos paliativos para aliviarlo, el malestar puede persistir y afectar la calidad de vida del paciente. Pero, más allá del dolor corporal, el sufrimiento emocional puede ser aún más devastador. La persona puede sentir miedo a la muerte, temor a lo desconocido, preocupación por el sufrimiento de sus seres queridos o incluso culpa por convertirse en una carga. También es común que experimente sentimientos de soledad, aunque esté rodeado de familia, ya que el proceso de enfrentar la propia muerte es profundamente personal.
Para la familia, acompañar a un ser querido en esta etapa es un desafío emocional enorme. La impotencia de no poder curar, la tristeza de verlo sufrir y el miedo a perderlo generan una mezcla de emociones difíciles de manejar. Sin embargo, la presencia amorosa y el apoyo emocional pueden marcar una gran diferencia para el paciente. Escuchar sin juzgar, permitirle expresar sus miedos y darle espacio para hablar de su vida y de sus sentimientos es esencial. No siempre se trata de encontrar las palabras perfectas, sino de estar ahí, sosteniendo su mano y recordándole que no está solo.
Además del apoyo emocional, es importante garantizar que el paciente reciba los cuidados adecuados. Los cuidados paliativos juegan un papel fundamental en esta etapa, ayudando a controlar el dolor y otros síntomas físicos, así como ofreciendo apoyo psicológico y espiritual. Permitir que el enfermo tenga control sobre ciertas decisiones, como su lugar de fallecimiento o los detalles de su despedida, puede brindarle una sensación de paz y dignidad en sus últimos días.
El duelo comienza incluso antes de la pérdida. La familia debe prepararse emocionalmente, buscar apoyo en profesionales de la salud, en grupos de ayuda o en su propia red de apoyo. Compartir recuerdos, expresar amor y crear momentos significativos en los últimos días del paciente ayuda a transformar el dolor en un proceso de despedida lleno de amor y gratitud. Aunque la partida es inevitable, lo que realmente importa es que el enfermo no se sienta solo y que su último tramo de vida esté lleno de calidez y compañía.