Santa Cruz no tiene un modelo de desarrollo y ojalá no lo tenga jamás, pues ese día quedará condenado al mismo destino que Potosí, que en su momento fue el símbolo de la opulencia y el progreso y hoy es el emblema de la pobreza boliviana justamente por ceñirse a un modelo perfectamente establecido y no apartarse de él. La rigidez de un modelo, por muy exitoso que parezca en un momento histórico, se convierte en su mayor debilidad cuando las circunstancias cambian y la adaptabilidad es reemplazada por el dogma.
Los que critican a Santa Cruz por no tener un modelo, son los mismos individuos arrogantes que creen que una sociedad se construye a la luz de la visión de unos cuántos iluminados que son capaces de delinear el destino de los demás, determinar en qué deben trabajar los otros, qué deben producir, qué rubros son prometedores, en qué industrias se tiene que concentrar la gente, a qué precios se debe vender, cuánto exportar y cómo distribuir el empleo. Sin embargo, la historia económica ha demostrado una y otra vez que los modelos centralizados fracasan porque ignoran la complejidad del mercado y subestiman la creatividad y el esfuerzo individual. La prosperidad no surge de planes elaborados en escritorios alejados de la realidad, sino del dinamismo de quienes emprenden y responden con agilidad a los cambios.
La construcción de un modelo supone una voluntad totalitaria de ingeniería social con el poder y la autoridad para imponer sus caprichos y castigar severamente al que se aparta del plan maestro. Afortunadamente a Santa Cruz nunca llegó esa tara y el que arriba a estas tierras sabe que puede obedecer sólo a las oportunidades que se le presentan, buscar el éxito por sus propios medios y perseguir sus sueños aún a costa del modelo boliviano retrógrado y castrador. Esta libertad ha permitido que Santa Cruz se convierta en el motor económico del país, donde la iniciativa privada y el trabajo duro han forjado una región próspera sin necesidad de imposiciones gubernamentales.
Si quieren que Santa Cruz tenga un modelo que sigan los pasos de Luis Arce, él tiene el guión de hierro, el plan perfecto con todas las directrices para llevar al país al peor desastre de su historia. Su gestión está basada en la intervención excesiva del Estado, el control de los sectores productivos y la desconfianza en la iniciativa privada. Esa visión ha demostrado su ineficacia en diversos países, llevando a economías antes prósperas al colapso y sumiendo a sus ciudadanos en la pobreza y la desesperanza.
Tener un modelo supone desobedecer el devenir de la historia, que es siempre cambiante, desafiante y sorpresivo, que requiere del ser humano la capacidad natural para la adaptación y la voluntad de responder a los vaivenes que surgen de los problemas, de la escasez, la necesidad y el fracaso momentáneo. El único modelo aceptable en la convivencia humana es el de la libertad para convertirnos cada día en una mejor versión, todo un atentado para los arrogantes que creen saberlo todo, pero que en realidad son los mayores ignorantes. La experiencia cruceña demuestra que el crecimiento sostenido no proviene de la planificación centralizada, sino del talento, la innovación y la apertura al cambio.
El único modelo aceptable en la convivencia humana es el de la libertad para convertirnos cada día en una mejor versión, todo un atentado para los arrogantes que creen saberlo todo, pero que en realidad son los mayores ignorantes. La experiencia cruceña demuestra que el crecimiento sostenido no proviene de la planificación centralizada, sino del talento, la innovación y la apertura al cambio.