Burocracia, el peor enemigo

Resulta paradójico que la gente se queje del gobierno todos los días, pero al mismo tiempo critique los grandes esfuerzos que hacen algunos líderes por reducir la burocracia, como si se tratara de un acto inmoral contra mucha gente que pierde su trabajo en instituciones públicas que gastan millonadas de dinero en nada más que torturar al público con trámites e inventarse sistemas de control e intervención en el sector privado. La burocracia es un lastre que ahoga la productividad y drena los recursos de la sociedad. Su crecimiento descontrolado no responde a una necesidad real, sino a la ambición de los gobernantes que buscan expandir su poder y justificar su existencia. Cada nueva capa de funcionarios parasitarios no mejora la vida de los ciudadanos, sino que la complica, impone trabas y eleva el costo del estado. Reducir la burocracia no es solo un acto de eficiencia, es un deber moral. Un estado más pequeño es un estado menos corrupto, menos ineficiente y menos opresivo. La solución no es más gobierno, sino menos. La prosperidad de una nación no depende de burócratas, sino de ciudadanos libres para crear, innovar y prosperar sin interferencias innecesarias.