El cinismo político ha alcanzado niveles grotescos. Luis Arce Catacora, quien durante casi 14 años fue el artífice del modelo económico del MAS, hoy pretende deslindarse de toda responsabilidad en la crisis que azota al país. Con un discurso calculado, culpa a Evo Morales por la escasez de combustible, la falta de dólares y el colapso que sufren los bolivianos. Pero, en honor a la verdad, ni Arce ni Morales son los únicos culpables del desastre que enfrentamos.
La crisis no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de este gobierno. Desde 1825, el país sigue atrapado en un ciclo de estatismo e intervencionismo que solo ha cambiado de matices según la ideología del gobernante de turno. Salvo contadas excepciones, Bolivia nunca ha abandonado un modelo económico basado en la omnipresencia del Estado, donde se premia la dependencia y se castiga la iniciativa privada.
Hoy, en medio del colapso económico, los políticos opositores resurgen con discursos mesiánicos. Jorge Tuto Quiroga se autoproclama la salvación. Doria Medina promete que en 100 días resolverá todo. Manfred Reyes Villa también se postula como el gran redentor. Todos juegan la misma carta populista: ofrecen soluciones milagrosas, pero ninguno plantea el cambio estructural que el país realmente necesita.
El verdadero problema de Bolivia no es un presidente o un partido en particular. Es la mentalidad estatista enquistada en la sociedad. Ningún candidato se atreve a decir que la clave no es más intervención, sino todo lo contrario: menos trabas, menos burocracia, más libertad económica. Nadie habla de reducir el tamaño del Estado, de eliminar regulaciones absurdas, de fomentar la producción sin subsidios ni privilegios, sino con un entorno favorable a la inversión y el emprendimiento.
¿Por qué ningún político plantea este discurso? Tal vez porque no es políticamente rentable. Tal vez porque la mentalidad boliviana sigue aferrada a la creencia de que el Estado es el gran proveedor, el padre protector que debe solucionar todos los problemas. Esa mentalidad, más que cualquier gobierno, es la verdadera responsable de nuestra crisis.
Bolivia necesita un cambio cultural. Requiere un liderazgo que no prometa milagros, sino que devuelva la confianza a los ciudadanos para crear riqueza sin miedo a que el Estado los ahogue con impuestos, regulaciones y corrupción. Necesitamos un modelo donde el éxito no dependa de la cercanía al poder, sino del esfuerzo y la iniciativa individual. Mientras sigamos esperando que el Estado lo haga todo, seguiremos condenados al mismo fracaso de siempre.
Mientras los ciudadanos sigan viendo al Estado como el único motor de la economía, los políticos seguirán ofreciendo falsas promesas de salvación en lugar de verdaderos cambios estructurales. En lugar de impulsar un sector privado fuerte, con reglas claras y un mercado libre de trabas, se insiste en modelos donde el Estado controla la producción, fija precios y reparte subsidios que tarde o temprano terminan siendo insostenibles.
Bolivia necesita un cambio cultural. Requiere un liderazgo que no prometa milagros, sino que devuelva la confianza a los ciudadanos para crear riqueza sin miedo a que el Estado los ahogue con impuestos, regulaciones y corrupción.