
La Madre Teresa de Calcuta es uno de los ejemplos más luminosos de humildad, fuerza de trabajo y amor al prójimo que el mundo haya conocido. Su vida fue un testimonio de entrega incondicional a los más necesitados, convirtiéndose en un símbolo de esperanza y compasión. Su historia nos enseña que, con fe y determinación, es posible cambiar vidas y dejar una huella imborrable en la humanidad.
Nacida como Anjezë Gonxhe Bojaxhiu el 26 de agosto de 1910 en Macedonia, Madre Teresa sintió desde joven el llamado a servir. A los 18 años, dejó su hogar y se unió a la congregación de las Hermanas de Loreto en Irlanda, donde comenzó su formación religiosa. Pronto fue enviada a la India, país que se convertiría en el escenario de su inmensa obra humanitaria.
En Calcuta, Madre Teresa se conmovía profundamente al ver la miseria y el sufrimiento en las calles. En 1950, fundó la congregación de las Misioneras de la Caridad, dedicada a atender a los pobres, enfermos, huérfanos y moribundos. Su labor incansable demostró que la verdadera grandeza se encuentra en el servicio desinteresado.
Sin embargo, detrás de su infatigable trabajo se encontraba una lucha silenciosa contra los estragos de la edad y la enfermedad. A lo largo de su vida, Madre Teresa sufrió problemas de salud, en especial complicaciones cardíacas. Su corazón, que tanto amor había repartido, también padeció el desgaste del esfuerzo constante.
Las enfermedades cardíacas son una de las principales causas de muerte en el mundo, y entre ellas, la aterosclerosis es una de las más peligrosas. Esta condición se desarrolla cuando las arterias se endurecen y se estrechan debido a la acumulación de placas compuestas por grasa, colesterol y otras sustancias. Con el tiempo, estas placas pueden obstruir el flujo sanguíneo, lo que aumenta el riesgo de sufrir infartos y accidentes cerebrovasculares.
Madre Teresa sufrió su primer ataque cardíaco en 1983, durante una visita al Papa Juan Pablo II. Posteriormente, en 1989, padeció otro infarto que la obligó a recibir un marcapasos. A pesar de su frágil salud, continuó con su labor humanitaria, demostrando una voluntad inquebrantable. Sin embargo, el desgaste acumulado cobró factura en su organismo.
Los síntomas de las enfermedades cardiovasculares pueden pasar desapercibidos en sus etapas iniciales. El dolor en el pecho, la fatiga inusual, la dificultad para respirar y los mareos pueden ser signos de advertencia. En algunos casos, la obstrucción de las arterias puede manifestarse con entumecimiento o debilidad en las extremidades, lo que puede derivar en un accidente cerebrovascular.
El diagnóstico de la aterosclerosis se realiza a través de pruebas médicas como análisis de sangre, electrocardiogramas y estudios de imagen como la angiografía. Un diagnóstico temprano y un tratamiento adecuado pueden marcar la diferencia en la calidad de vida de un paciente.
El tratamiento de esta enfermedad depende de su gravedad, pero en la mayoría de los casos comienza con cambios en el estilo de vida. Llevar una alimentación saludable, rica en frutas, verduras y grasas saludables, junto con la práctica regular de ejercicio, es fundamental para mejorar la circulación y reducir los niveles de colesterol. Dejar de fumar y controlar el estrés también son medidas clave para prevenir complicaciones.
Madre Teresa falleció el 5 de septiembre de 1997 a los 87 años debido a complicaciones cardíacas. Su partida dejó un vacío inmenso, pero su legado sigue inspirando a generaciones. Su historia nos recuerda la importancia de cuidar la salud del corazón, no solo en un sentido físico, sino también en el acto de amar y servir a los demás.
Hoy, la prevención de enfermedades cardíacas es una tarea que todos debemos asumir con responsabilidad. Adoptar hábitos saludables y acudir regularmente al médico puede marcar la diferencia entre una vida plena y una enfermedad debilitante. Cuidar el corazón es una responsabilidad compartida, y nunca es demasiado tarde para comenzar.