Las cifras del INE son como un bikini: muestran lo que quieren y esconden lo esencial. Nos dicen que la inflación del primer trimestre fue del 5% y que la interanual ronda el 14,63%, pero basta con ir al mercado para saber que la realidad va mucho peor. El café subió casi un 80%, el ajo y el arroz más de un 50%, y productos básicos como el pollo, la carne y los pañales también están por las nubes. Mientras el Gobierno se aferra a cifras promedio, la gente compra por puñados las verduras y calcula el gasto del día para sobrevivir. No estamos ante una simple inflación, estamos frente a una estanflación silenciosa y una economía al borde del colapso. El problema no es solo económico, es político: se administra la miseria para evitar tomar decisiones impopulares antes de las elecciones. Y el precio lo paga el pueblo, no con estadísticas, sino con hambre, incertidumbre y desesperanza. El INE maquilla la realidad, pero no puede esconder el olor de una economía que se pudre desde dentro. La verdadera inflación no se mide en tablas de Excel, se ve en los ojos de una madre que ya no puede comprar ni un kilo de arroz.