Mario Vargas Llosa fue un escritor de izquierda, como lo han sido casi todos los intelectuales, filósofos y artistas, desde Sócrates hasta la fecha, que siempre anteponen sus elucubraciones teóricas a la realidad objetiva, la cual se resiste a encajar en sus esquemas ideológicos y, con frecuencia, desmiente sus aspiraciones utópicas, obligándolos a elegir entre la fidelidad a los hechos o la lealtad a sus razonamientos.
Cualquier intelectual de mediano entendimiento se da cuenta de que las teorías marxistas son una aberración, y Vargas Llosa lo hizo, cuando advirtió las barbaridades que cometía la dictadura castrista en Cuba, por la que había manifestado gran admiración. Pero su caso fue la excepción, pues la mayoría de los “sabelotodos”, incluyendo a Gabriel García Márquez, siguió siendo amigo y cómplice de Fidel Castro hasta su muerte.
El problema no es asunto de neuronas o de materia gris, sino un problema emocional, pues los sujetos muy leídos, con varios títulos en su haber, con libros escritos, dueños de cátedras universitarias, autores de investigaciones muy sesudas y de una enorme trayectoria en el campo de las ciencias sociales, el arte y la cultura, se vuelven esclavos de su envidia y de su resentimiento cuando la sociedad no valora sus logros, no entiende sus ideas, no compra sus libros, no escucha sus canciones, no les da importancia y consume productos que se adaptan más a sus preferencias. Es más, un “simple” comerciante, un fabricante de “baratijas” o un “vulgar” agricultor puede ganar mucho más dinero que ellos, que se consideran las lumbreras de la civilización.
Eso irrita profundamente a estos sujetos, los decepciona y los lleva a odiar y despreciar a las masas. Su venganza se produce cuando se convierten en aliados del Estado, el único que valora sus teorías, no porque en la política haya gente más inteligente, sino porque estos comparten con los intelectuales la arrogancia y el objetivo de convertirse en los conductores de la sociedad, los arquitectos del sistema, los planificadores y dueños de la vida de la gente.
Cualquiera que examine las teorías que se han elaborado sobre el funcionamiento de la sociedad, el comportamiento humano, la política, la economía y otros temas sociales, se dará cuenta de que coinciden a la perfección con los postulados de la igualdad, la justicia social, la distribución de la riqueza y otras promesas que hacen los políticos, que a lo largo del tiempo han servido para justificar sistemas de opresión y control, y que han causado calamidades humanitarias a lo largo y ancho del mundo.
Pero es muy raro que los intelectuales manifiesten públicamente su decepción del Estado y del socialismo, como lo hizo Vargas Llosa o el poeta y cantante español Joaquín Sabina, hace poco. Pues al igual que los socialistas, estos personajes aman el dinero, el lujo, el caviar y los placeres, sobre todo si son fruto del esfuerzo ajeno, si no han tenido que trabajar duro para obtenerlos y mucho menos haber tenido que ganarse el aprecio popular. Al final de cuentas, su lugar soñado es junto a las élites.
Es muy raro que los intelectuales manifiesten públicamente su decepción del Estado y del socialismo, como lo hizo Vargas Llosa. Pues al igual que los socialistas, estos personajes aman el dinero, el lujo, el caviar y los placeres, sobre todo si son fruto del esfuerzo ajeno, si no han tenido que trabajar duro para obtenerlos y mucho menos haber tenido que ganarse el aprecio popular. Al final de cuentas, su lugar soñado es junto a las élites.