El espectáculo en el Tribunal Supremo Electoral no es una muestra de democracia ni un acto de civismo: es una vitrina desvergonzada de soberbia. Diez partidos y cinco alianzas inscritos para buscar el poder en las próximas elecciones, todos autoproclamándose como los salvadores de Bolivia. ¿Salvarnos de qué? ¿De los mismos que la han arruinado una y otra vez? Cada inscripción se hace con tono solemne, como si trajeran un evangelio. Pero no hay ideologías claras, ni programas serios, ni proyectos viables. Solo hay ambiciones personales, viejas caras recicladas y un mismo libreto: promesas vacías y discursos inflados. No es pluralismo, es jactancia. No es diversidad política, es fragmentación mezquina. Cada uno cree tener la fórmula mágica, cuando todos han sido parte —por acción u omisión— del desastre que nos consume. Este no es un renacer democrático. Es una procesión de egos que siguen jugando con el futuro del país. Si esta es la oferta, el calvario nacional no ha terminado: apenas empieza su segunda temporada.