No se puede negar que el Estado es la organización criminal más perfecta que se haya creado, pues nadie ha matado a más gente, nadie ha robado más y nadie engaña más a los pueblos que la estructura burocrática ideada en nombre del bien común. De todos los modelos de Estado que se han inventado, el menos letal es la república, que ideó la división de poderes de tal manera que exista algún contrapeso para los gobernantes: una forma de controlarlos, ponerles freno y evitar que se desboquen. No por nada, los países que más han progresado en el mundo y los más respetuosos de las libertades y derechos de los ciudadanos son aquellos que mejor aplican el sistema republicano. Luis Arce, que es “tilín” para muchas cosas, no es tonto al rechazar que Bolivia vuelva a ser una república, pues el MAS creó un modelo que sería la envidia de los regímenes absolutistas del siglo XVI. En una república, el presidente solo controla uno de los poderes: el Ejecutivo. En cambio, en el Estado Plurinacional, el primer mandatario tiene potestad para cambiar hasta a un pinche diligenciero del órgano Judicial, o hacer y deshacer a su antojo en el Congreso. Aunque suene paradójico, este esquema ha sido más destructivo que el socialismo, que al menos prevé algunas formas de vigilar al caudillo.