Editorial

El peor legado del MAS

En Bolivia, no solo se ha empobrecido la economía; también se ha empobrecido la mente. Mientras el relato oficial se jacta de “inclusión” y “redistribución”, lo que realmente...

Editorial | | 2025-04-27 08:05:11

En Bolivia, no solo se ha empobrecido la economía; también se ha empobrecido la mente. Mientras el relato oficial se jacta de “inclusión” y “redistribución”, lo que realmente ha sembrado el Movimiento al Socialismo durante casi dos décadas de poder es una mentalidad de dependencia, resignación y conformismo: una auténtica mentalidad de pobreza.

Esta mentalidad no se construye de la noche a la mañana, pero se cultiva cuidadosamente cuando a una población se la convence de que no puede valerse por sí misma. Cuando se le repite que el Estado —y no su esfuerzo— es el que le debe dar de comer, de vestir y de sobrevivir. Es más fácil gobernar a ciudadanos obedientes que a ciudadanos libres. Y eso el MAS lo entendió muy bien.

La estrategia fue clara: masificar los bonos sociales (Juancito Pinto, Juana Azurduy, Renta Dignidad), aumentar los subsidios y fomentar el asistencialismo como forma de control político. Los bonos, en muchos casos necesarios en sus orígenes, dejaron de ser una ayuda temporal para convertirse en un instrumento de clientelismo permanente. El mensaje era sutil pero contundente: “El MAS te da; sin el MAS, no hay nada”.

En lugar de incentivar la autosuficiencia, el esfuerzo o el emprendimiento, se premió la pasividad. Se normalizó que miles de personas vivan esperando el bono, aunque eso signifique quedarse en la miseria. Se frenó el ascenso social desde la raíz. Porque ¿para qué buscar una salida si el Estado me sostiene con lo mínimo?

Otro de los pilares de esta mentalidad es la informalidad, que en Bolivia no solo se tolera, sino que se celebra. Según datos del Instituto de Estudios Avanzados en Desarrollo (INESAD), al tercer trimestre de 2023, el 85% de los ocupados en Bolivia forma parte del sector informal .

El comerciante informal, el gremialista, el transportista sindicalizado, el contrabandista fronterizo: todos encuentran en la informalidad una zona de confort en la que no hay progreso, pero tampoco se exige nada. Mientras tanto, el Estado formal se debilita, la educación se desprecia y la productividad se estanca. La informalidad es el refugio ideal para la mentalidad de pobreza: ahí no hay disciplina, no hay innovación, no hay futuro.

Esta mentalidad no solo perpetúa la pobreza material, sino que erosiona el tejido moral de la sociedad. Se desvaloriza el trabajo formal, se ridiculiza al que emprende, se castiga al que quiere superarse. El mérito es visto con sospecha, y el fracaso, con resignación.

Salir de esta trampa exige un cambio cultural profundo. Se necesita una revolución mental que reemplace la dependencia por responsabilidad, el clientelismo por ciudadanía activa, y la dádiva por esfuerzo. Bolivia no saldrá adelante mientras su gente crea que ser pobre es una condición inevitable y que el Estado es un benefactor eterno. El MAS podrá haber dado dinero, pero le quitó a Bolivia algo más valioso: la ambición de ser mejor.