Editorial

Un Papa para la paz

El mundo ha recibido con esperanza y recogimiento las primeras palabras del papa León XIV, pronunciadas desde el corazón de la cristiandad...

Editorial | | 2025-05-09 00:47:30

El mundo ha recibido con esperanza y recogimiento las primeras palabras del papa León XIV, pronunciadas desde el corazón de la cristiandad. Su llamado a la paz y a la unidad ha tocado fibras profundas en una humanidad herida. Pero en esta hora oscura de la historia, en la que los tambores de guerra resuenan en tantos rincones del planeta, tal vez el Espíritu esté susurrando que no basta con proclamar la paz: es preciso salir a buscarla, encarnarla, ejercerla con la audacia serena que mostró la Iglesia en sus momentos más luminosos.

Los conflictos abiertos en Ucrania, Gaza, el mar Rojo, las tensiones en Taiwán, Corea del Norte, el polvorín entre India y Pakistán, los nuevos equilibrios de poder en África y el creciente rearme global, nos colocan al borde de una conflagración mundial. La Iglesia, que en otros momentos ha sido faro moral y diplomático, no puede quedarse en una posición contemplativa.

Juan XXIII, en plena Guerra Fría, no solo pronunció la encíclica Pacem in Terris (1963), sino que tejió puentes entre Este y Oeste, impulsó el diálogo entre potencias hostiles y actuó como verdadero actor político con autoridad moral. Su legado fue reconocido incluso por líderes soviéticos y estadounidenses.

Juan Pablo II fue clave en evitar la guerra entre Chile y Argentina en 1978 por el conflicto del Beagle. Gracias a una gestión directa del Vaticano se suspendió una invasión inminente. No se trató de una oración. Fue diplomacia en movimiento. El resultado fue el Tratado de Paz y Amistad de 1984. El mundo le debe a Juan Pablo II miles de vidas que no se perdieron en la Patagonia.

Su contribución más importante fue en su Polonia natal, cuando en 1979 encendió la chispa que haría tambalear al imperio soviético. Su presencia desafiante, su mensaje de “¡No tengáis miedo!” y su respaldo al movimiento Solidaridad, desmoronaron el sistema comunista sin disparar una bala. Sin Juan Pablo II, no habría habido caída del Muro de Berlín en 1989, como reconoció el propio Mijaíl Gorbachov.

Hoy, León XIV tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de estar a la altura de esa tradición. Su llamado a construir “puentes de paz” es valioso, pero debe traducirse en gestiones concretas, en viajes, en mediaciones, en presencia. El papado no es solo un púlpito: es una herramienta poderosa para la diplomacia, la disuasión y la esperanza activa.

León XIV proviene de una tierra herida por la pobreza (Perú) y una potencia global polarizada (Estados Unidos). Tiene experiencia misionera, visión pastoral y cercanía con los pueblos que sufren. Pero el mundo necesita ahora un Papa que se movilice, que llame por teléfono a los líderes, que esté en la mesa donde se negocian los altos el fuego, que no tema involucrarse.

Si su prioridad es la paz —y ha dicho que lo es—, entonces debe convertir al Vaticano en un actor internacional visible, incómodo cuando hace falta y valiente cuando el silencio se vuelve cómplice.

Hoy, León XIV tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de estar a la altura de esa tradición. Su llamado a construir “puentes de paz” es valioso, pero debe traducirse en gestiones concretas, en viajes, en mediaciones, en presencia. El papado no es solo un púlpito: es una herramienta poderosa para la diplomacia, la disuasión y la esperanza activa.