En medio de la incertidumbre económica que muchas familias bolivianas sienten en su vida diaria, ya sea al buscar dólares, llenar el tanque de gasolina o enfrentar precios que no paran de subir, hay un concepto que, aunque parezca lejano, explica gran parte de esta realidad: el riesgo país.
A mediados de abril de 2025, el banco de inversión estadounidense JP Morgan Chase reportó que Bolivia alcanzó un nivel de 2.109 puntos básicos en su índice EMBI (Emerging Markets Bond Index), ubicándola como el país con mayor riesgo soberano de América Latina. Este no es solo un dato técnico pues en realidad tiene consecuencias directas sobre el empleo, los precios, las inversiones y las posibilidades de desarrollo del país.
El riesgo país es una medida de cuán riesgoso consideran los inversionistas es prestar dinero a un país. En otras palabras, mide la confianza que se le puede tener. En el caso del índice EMBI, se calcula cuánto más interés exige el mercado para comprar bonos de deuda boliviana en comparación con los bonos del Tesoro de Estados Unidos, considerados los más seguros del mundo.
Un valor como el actual, indica que los mercados creen que Bolivia representa un alto riesgo de impago o de inestabilidad financiera. En la práctica, significa que el país no puede acceder a financiamiento externo sin pagar tasas prohibitivas, lo que a su vez complica la inversión pública, el pago de deuda externa y hasta el abastecimiento de combustible o medicamentos.
Este índice es elaborado por JP Morgan, uno de los bancos más grandes e influyentes del mundo, y es utilizado por gobiernos, bancos centrales y organismos multilaterales desde la década de 1990. Su metodología considera indicadores económicos objetivos, como las reservas internacionales, el déficit fiscal, la inflación, el tipo de cambio y la estabilidad política.
En el caso de Bolivia, el informe de abril refleja una acumulación de desequilibrios: escasez de divisas, caída de las reservas, creciente mercado paralelo del dólar, desconfianza hacia las cifras oficiales y restricciones para acceder a crédito internacional.
Para muchas personas, estos informes se refieren a asuntos alejados de su realidad, o reservados a economistas, pero sus efectos se sienten todos los días. Menos confianza internacional significa menos inversión privada, menos empleo, menos productos en el mercado, más presión sobre el tipo de cambio y, con ello, más incertidumbre.
Es como si al país entero se le hubiera bajado la calificación crediticia y ahora tuviera que pagar más caro todo lo que necesita para funcionar.
La solución no está en negar la realidad, sino en enfrentarla con transparencia, diálogo y responsabilidad. Recuperar la confianza exige fortalecer las reservas, ordenar las cuentas fiscales, promover las exportaciones, estabilizar el mercado cambiario y, sobre todo, enviar señales claras al mundo de que Bolivia tiene un rumbo económico viable y previsible.
El riesgo país no es solo un número; es una alerta temprana que nos recuerda que la estabilidad de una nación no se construye con discursos, sino con hechos concretos, políticas coherentes y compromiso con el futuro de todos.