Durante casi dos décadas, el Movimiento Al Socialismo (MAS) ha vendido la ilusión de que representa al pueblo, a los campesinos, a los humildes. Pero los números, los hechos y la realidad que golpea a millones de bolivianos desmienten con brutal claridad esa narrativa. El MAS no solo fracasó en gobernar; ha operado como una maquinaria sistemática de empobrecimiento.
Según la Fundación Jubileo, más de la mitad de la población rural del país es pobre, y Bolivia lidera en informalidad laboral en Sudamérica. Estos no son accidentes. Son consecuencias directas de un modelo que saqueó los recursos públicos, despreció al sector productivo y utilizó la bonanza económica para construir un Estado clientelar, ineficiente y parasitario.
Mientras el precio del gas alcanzaba máximos históricos, el MAS se dedicó a multiplicar la burocracia, a inaugurar elefantes blancos y a financiar industrias estatales que producen lo mismo que ya producían mejor los privados. ¿Resultado? Más competencia desleal, más desaliento para los emprendedores y más informalidad. Entre 2005 y 2024, la informalidad laboral creció del 62% al 84%.
Cada emprendedor que intenta cumplir la ley se encuentra con una maraña asfixiante de trámites, impuestos y normas diseñadas no para facilitar, sino para castigar. Como bien lo dijo un empresario boliviano: “En lugar de ayudarte, el sistema te castiga”.
Mientras el Estado estrangula al sector privado, el campo se hunde. En las zonas rurales, la pobreza extrema afecta al 26,5% de la población. Uno de cada tres campesinos no tiene ni para alimentarse. ¿Qué clase de “gobierno de los pobres” permite semejante abandono de los más vulnerables?
La pobreza rural no solo es injusta: es una bomba social. Expulsa a las familias del campo, alimenta la migración a las ciudades, encarece los alimentos y castiga —una vez más— a los más pobres, que deben gastar una mayor parte de sus ingresos en comida. Y mientras eso ocurre, el Gobierno se empecina en seguir endeudando al país.
La deuda externa pasó de $us 3.248 millones en 2006 a más de $us 13.000 millones en 2024. Y si se suma la deuda interna y con empresas estatales, Bolivia arrastra una carga cercana al 80% del PIB. El MAS hipotecó el futuro para financiar su presente populista.
Lo peor es que ese endeudamiento no sirvió para transformar el aparato productivo, ni para invertir en educación o salud de calidad, ni para construir infraestructura que potencie la economía. Sirvió para mantener el circo. Para sostener a una burocracia obesa, a ministerios inútiles y a propaganda masiva.
Esta no es solo una historia de mala gestión. Es un crimen económico. Un saqueo encubierto con discursos de inclusión. El MAS no solo dilapidó recursos, empujó a millones a la informalidad y abandonó al campo: condenó a generaciones enteras a una pobreza estructural difícil de revertir.
Hoy Bolivia es menos libre, menos productiva y más endeudada. Y todo eso tiene un origen claro: un modelo económico que fracasó por diseño, que premió la lealtad política sobre la competencia, que criminalizó el éxito y que convirtió al Estado en enemigo del que produce.