«No teman, porque les traigo una buena noticia, un gran gozo para todo el pueblo»
(Lc 2,10)
Comparto el gozo profundo que se apoderó del mundo entero con el anunció: ¡«Habemus Papam»!
«El Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3,8), y así, con solo cuatro votaciones, salió el humo blanco con una sorpresa celestial. Inmediatamente me llegaron muchas felicitaciones porque como yo, Robert Francis Prevost es estadounidense y mi tocayo, de Chicago, Illinois, yo del vecino Wisconsin. Yo me alegro mucho más por el hecho de que ha sido un misionero en el Perú por muchos años (como yo en Bolivia).
Pero más que estas felices coincidencias, y mi lectura de que Su Santidad continuará en la línea del Papa Francisco con un compromiso para promover la paz, como enfatizó en su saludo inicial, y la justicia social —por eso el nombre de León XIV— y una Iglesia en salida misionera, que también señaló en su mensaje, es el simple hecho de que la elección del Sumo Pontífice, sea quien sea, provoca una ola de gozo y esperanza en el mundo entero.
Ningún otro acontecimiento tiene semejante efecto, con la posible excepción del fin de una guerra mundial, que es más un alivio que un gozo. Si un equipo gana la copa, sus hinchas celebran mientras los demás lloran. Si un partido gana, la oposición resentida pasa no solo a fiscalizar, sino a obstaculizar. Aun la coronación de nuevo rey, donde persisten las monarquías desvestidas de poder real, a pesar de toda la pompa, no esconde las intrigas palaciegas.
La Iglesia Católica no está sin sus escándalos. Jesús mismo dijo que eran inevitables (Lc 17,1). Por eso oraba en la Última Cena antes de entregar su vida por la salvación del mundo para que sus discípulos, especialmente aquellos elegidos para ser pastores como Pedro, fuesen consagrados en la verdad, que sean unos y que sean conocidos como discípulos por el amor mutuo (Ver Jn 17).
Un poco antes Jesús explicó a sus discípulos: «Les he dicho esto para que mi gozo esté en ustedes, y ese gozo sea perfecto» (Jn 15,11). Mientras tanto: «Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Salmo 124,8).
Nuntio vobis gaudium magnum: ¡Habemus Papam!